
Religión y democracia, retos del SBNR.

En el marco del debate internacional sobre formación y diversidad religiosa celebrado en Esade (“Jesuit Student Formation and Religious Diversity"), Do Better ha tenido la oportunidad de conocer el punto de vista de Ignacio Sepúlveda, director del Departamento de Filosofía y Humanidades de la Universidad Loyola Andalucía. En concreto, en esta entrevista, Sepúlveda comparte sus reflexiones sobre religión y democracia, retos del SBNR.
DoBetter: La libertad religiosa está creciendo en Latinoamérica hoy. ¿Qué formas de diversidad se están produciendo?
Ignacio Sepúlveda: Me parece interesante que hoy en día pueda afirmarse que Latinoamérica está siendo altamente diversa en relación con el fenómeno religioso. Si hubiéramos sacado una fotografía del continente americano cincuenta años atrás, nos habríamos encontrado con que la mayoría de las personas se entendían y se definían a sí mismas como pertenecientes a la Iglesia Católica y, obviamente, creyentes en el catolicismo.
Ahora, esta creencia en el catolicismo de cincuenta años atrás tenía, en su base, algunos componentes de los que llamaríamos “religiones populares” y también de religiones indígenas y otras procedentes de África.
Hoy en día, si sacamos una fotografía de cuál es la situación en que se halla el continente americano, nos encontramos con que hay una gran diversidad religiosa. No todos los países son lo mismo y no en todas partes está pasando lo mismo, pero sí observamos algunas características que podríamos considerar comunes en el continente americano.
La primera de ellas es que, en los últimos treinta-cuarenta años, el catolicismo ha ido decreciendo. Si miramos cuál es el porcentaje de población que se define a sí misma como cristiana católica, nos damos cuenta de que, a lo largo de los años, este porcentaje ha ido disminuyendo. En el caso chileno, un poco más: a finales de los ochenta o principios de los noventa, cuando se restaura la democracia tras la dictadura de Pinochet, cerca del 80-85% de la población se definía como católica. En cambio, si miramos cuánta gente se define como católica en la sociedad chilena de hoy, podemos decir que solo cerca del 50% se entiende a sí misma como confesionalmente católica.
Junto con esta disminución de la Iglesia Católica, observamos que también se produce otro fenómeno: el incremento de los cristianos pentecostales. Los pentecostales llegan a América a finales del siglo xix o comienzos del siglo xx, y se asientan, sobre todo, en los sectores más desposeídos de la población.
Muchas veces, cuando hablamos de los evangélicos, de los cristianos pentecostales, pensamos en familias con muy pocos recursos, en familias muy sencillas, aunque, evidentemente, la mayoría de la población se mantenía católica. Así pues, los cristianos pentecostales de finales del siglo xix y principios del xx eran grupos más bien minoritarios, pero –y este es un fenómeno a tener en consideración– en los últimos 30-40 años han experimentado un crecimiento enorme y ahora estamos hablando no solo de personas del sector más pobre de la sociedad, sino que los cristianos pentecostales se hallan ya en todos los sectores. El aumento del cristianismo pentecostal es un fenómeno mundial y su crecimiento es el mayor que se está registrando en las distintas religiones, y este es un dato a tener en consideración.
Además de estos dos elementos –la disminución del catolicismo y el aumento del cristianismo pentecostal–, nos encontramos con algunos elementos que también son muy importantes.
Así, ciertos grupos de la sociedad parecen estar retornando a ciertas creencias ancestrales que tienen que ver con las religiones indígenas anteriores a la llegada de los europeos. Por ejemplo, los mapuches están volviendo al culto al chava Ngenechén o a celebrar el año nuevo indígena, que creo que es el 21 de junio, o a celebrar rituales que tienen que ver con Pachamama o rituales que tienen que ver con el consumo de la ayahuasca, no como una droga, sino como una manera de conectarse con la divinidad.
Ahora bien, aunque hay una vuelta a estas religiones anteriores a la conquista española o europea, es interesante reconocer que muchas de estas religiones ya han pasado por un proceso de pérdida cultural y de inculturación con lo occidental.
Un ejemplo de ello es que el pueblo mapuche, cuando celebra su rito religioso, lo hace en el regüe, un espacio presidido por una cruz. Y la figura misma del chava Ngenechén, que sería el padre Dios, es muy semejante a lo que hoy entenderíamos por Yahvé.
Y el último fenómeno que se está produciendo es que mucha gente cree “a su manera”. Existe, pues, una espiritualidad más amplia, que no necesariamente tiene que ver con la pertenencia a una iglesia, ya sea pentecostal o católica. Se trata de gente que dice: “Pues yo tengo fe en un ser trascendente y vivo mi fe de una manera personal.”
DoBetter: ¿Qué desafíos plantea la creciente diversidad religiosa en Latinoamérica para los países latinoamericanos? ¿De qué modo la espiritualidad puede contribuir al diálogo entre estos grupos y personas diversos?
Ignacio Sepúlveda: Cuando hablamos de la situación actual de Latinoamérica en torno al fenómeno religioso, nos damos cuenta de que existe un fuerte pluralismo de diversas maneras de comprender y vivir el fenómeno religioso entre la población latinoamericana.
Si cincuenta años atrás la mayoría de la población latinoamericana se entendía a sí misma como católica y la gran fuerza la tenía, evidentemente, la Iglesia Católica, hoy esto no está pasando. Nos encontramos con situaciones muy diversas: no hay la misma situación en todos los países latinoamericanos, pero nos encontramos con una Iglesia Católica que ha visto reducida su influencia y también el porcentaje de fieles dentro en las sociedades de cada uno de los países latinoamericanos.
Junto con esta disminución de la Iglesia Católica, observamos un crecimiento muy fuerte de los grupos evangélicos pentecostales, cuyo origen se halla a finales del siglo xix y comienzos del xx, entre las capas más pobres de las diversas sociedades, pero que actualmente, después de 50, 60 o quizás más de 100 años de presencia entre la población latinoamericana, observamos que su impacto ha crecido fuertemente, según algunos estudios. Por ejemplo, David Martin señala que el Pentecostalismo es la religión que más ha crecido en todo el mundo, mucho más que el Islam, y este fenómeno está siendo objeto de un gran interés por parte de muchos autores, especialmente de los sociólogos.
Un dato interesante es que el Pentecostalismo actualmente no se da solamente entre la población más sencilla y más pobre de los diversos países, sino que hoy lo profesan personas de clase media o de clase media-alta. Además, está teniendo una gran influencia en la política, como puede apreciarse en Centroamérica y también en el Brasil –recordemos que el presidente brasileño Bolsonaro, que había sido católico, actualmente es evangélico pentecostal.
Junto con la disminución de la Iglesia Católica y el aumento del Pentecostalismo, nos encontramos también con el reconocimiento y una nueva vuelta a las religiones indígenas, que tienen que ver con la naturaleza y con los indígenas originarios de Latinoamérica. Acaso el fenómeno religioso más conocido en este sentido sea el de las comunidades mapuches, que son gentes que se han trasladado desde el espacio rural hacia el espacio urbano y que parten de la necesidad de practicar su propia religión. Y la comienzan a practicar ya no dentro del espacio de la naturaleza, de cuando estaban en el mundo rural, sino que buscan espacios urbanos, una cancha, algún espacio abierto dentro de la ciudad, para practicar sus religiones ancestrales.
Ahora, es muy interesante observar que esta práctica religiosa mapuche ya ha pasado por lo que sería el “filtro cristiano”: ¡500 años de colonización no pasan en vano!
Y, junto con estos indígenas, nos encontramos también con mucha gente que se define a sí misma no como religiosa, pero sí como espiritual, y un alto porcentaje de la población en Chile, en Uruguay, comienza hoy a decir que no se identifica con una religión, con una institución, pero sí se siente adscrita y vinculada a una cierta espiritualidad.
Ahora, el problema o el desafío es cómo podemos entender este concepto de espiritualidad. Se está escribiendo muchísimo sobre el tema, pero cuando intentamos comprender el concepto, sigue siendo muy poco claro, muy difuso.
Hay sociólogos, como por ejemplo Paul Hilas, que se han acercado al fenómeno de la espiritualidad y han señalado que esta tiene que ver, sobre todo, con algo más individual, más subjetivo y más alejado de lo que sería la institución. La Iglesia Católica o la Iglesia Pentecostal son una religión, en el sentido de que tienen una comunidad fuerte, una institución y ciertos dogmas y, por tanto, son una realidad menos individual. En cambio, una espiritualidad es algo mucho más individual, mucho más subjetivo, menos adscrito a una institución. Evidentemente, estas definiciones son complejas y no acaban de satisfacer a todo el mundo.
¿Cómo podemos comprender la espiritualidad? Creo que podríamos entenderla como una dimensión fundamental y fundante del ser humano, que le abre a la trascendencia. Y esta trascendencia puede ser trascendente o inmanente, y abre al ser humano al contacto con los demás, a la relación con los otros y con la naturaleza. Es una definición que intenta decir que, en el fondo, lo espiritual no es un agregado del ser humano, sino algo esencial del ser humano, una parte fundante del ser humano. Es una apertura a la relación con los demás y a la trascendencia.
Ahora bien, desde esta perspectiva, ¿cuál es el desafío a que se enfrenta la sociedad latinoamericana, los países latinoamericanos? El desafío de ser capaces de vivir en lo que podríamos entender como un post-secularismo. Es decir, ya no se necesita un espacio de pluralidad, como en los años anteriores, ni se tiene que buscar sacar la religión del espacio público, sino que la religión y la espiritualidad podrían ser aportaciones dentro del espacio público, algo común en el espacio público.
Yo insisto mucho en la palabra pluralidad, en el sentido de que dentro de la sociedad hay muchas voces que están dialogando, hablando, encontrándose, y en este coro de voces se encuentra el fenómeno religioso, que puede ser un aporte al desarrollo del bien común, como ya hemos dicho.
Y la espiritualidad ¿cómo puede contribuir al diálogo entre los diferentes grupos e individuos? Yo creo que aquí hay un elemento importante cada vez más reconocido: la dimensión espiritual es una dimensión fundamental y fundante del ser humano. Un ejemplo de ello es que la nueva Constitución chilena, la que se está proponiendo y será votada en unos meses ya está integrando ciertos elementos que tienen que ver con la espiritualidad, entendida desde una perspectiva amplia. Una espiritualidad –insisto– concebida como esta dimensión fundamental y fundante del ser humano. La nueva Constitución está reconociendo que este es un aspecto importante de la persona y que no se casa solamente con una u otra religión.
Por eso creo que puede ser que se reconozca la vivencia de la espiritualidad como un aporte a la sociedad, que no puede quedar solamente en el ámbito privado del ser humano, sino que tiene que intentar vivirse dentro del espacio más público.
DoBetter: Chile, su país de origen, es uno de los países más laicos de Latinoamérica. ¿Qué diferencias observa entre Chile y España?
Ignacio Sepúlveda: Yo entiendo que la pregunta se centra en lo que sería el fenómeno religioso, en general. Con relación al fenómeno religioso, históricamente en Chile hubo una Iglesia Católica muy vinculada a la defensa de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet y, cuando se restaura la democracia en el país en los años noventa, es una iglesia que, de alguna manera, tiene un cheque en blanco con respecto a la sociedad: la sociedad confiaba en esta Iglesia Católica por lo que había hecho durante el tiempo de la dictadura.
En la sociedad española, parecería que la Iglesia Católica más bien se identificaba como una institución vinculada con el nacionalcatolicismo y con el franquismo. En este sentido, parecería que en España la Iglesia Católica se ha percibido como una institución más bien conservadora, una institución que estuvo de parte de la dictadura.
¿Cuál ha sido la vivencia del fenómeno religioso o qué está pasando hoy por hoy en cada una de estas dos realidades? Por un lado, me parece que ambas iglesias católicas, la chilena y la española, han perdido credibilidad y poder en sus respectivas sociedades, por diversas razones. Y también se percibe que muchos de los dirigentes de ambas iglesias echan de menos la influencia que tuvieron antaño dentro de la sociedad.
¿Qué sucede con la población? La población, en general, parece que se siente alejada de las instituciones católicas en ambos países. Si se analizan los números, la cantidad de gente que se siente fuera de la Iglesia Católica en Chile o que no se define como católico en España ya es mayor que la que se considera perteneciente a la Iglesia Católica.
Ahora, un fenómeno interesante es que mucha gente, aunque se siente alejada y con poca confianza a la Iglesia Católica en Chile –e incluso ampliando el foco para incluir a otras religiones y a los evangélicos, que son un 17-20 % en Chile–, siente que está viviendo o reconoce que tiene una cierta creencia espiritual, ya sea en un ser superior, Dios, ya sea en un espíritu, ya sea en una conexión, etc., y asume que está viviendo un cierto tipo de espiritualidad. Así pues, no es que la gente deje de creer y simplemente se vuelva materialista, sino que deja de adherirse a una institución, pero sigue viviendo una cierta espiritualidad sincrética, que integra muchos elementos distintos.
Curiosamente, la palabra espiritualidad actualmente casi no se está usando en Chile. Esta semana, tuve una reunión con un par de colegas de la Universidad Alberto Hurtado, que me decían: “Mira, hablar de espiritualidades está entrando lentamente, pero no es un concepto tan fuerte como el contexto español.” ¿Qué pasa con España? Yo creo que un fenómeno algo similar a lo de Chile, aunque la idea de espiritualidad aquí ya está un poquito más asentada, más reconocida, y la gente ya no está viviendo una religión sociológica, con ciertos ritos (las primeras comuniones, las bodas, etc.), pero tampoco ha dejado de creer absolutamente y se ha vuelto atea o agnóstica, sino que mucha gente comienza a transformarse y a buscar estas espiritualidades.
En definitiva, cuando hablamos de este fenómeno en Chile y en España, comenzamos a ver que las religiones empiezan a perder a los adeptos que habían tenido, pero no es que la religión desaparezca, sino que se va transformando y el nuevo creyente es un “buscador” en distintas tradiciones, que hace mucho sincretismo y que se caracteriza por realizar una búsqueda personal, individual, en que la autenticidad, la escucha de la propia voz, es fundamental, y por alejarse del dogmatismo o del dogma y acercarse mucho más a vivir la propia religiosidad.
DoBetter: Otro desafío para las organizaciones jesuitas, y para cualquier grupo religioso en general, es la integración de las personas espirituales no religiosas. ¿Qué pueden aportar estos perfiles? ¿Cómo deberían adaptarse las organizaciones religiosas para que estas personas se sintieran acogidas?
Ignacio Sepúlveda: Pues yo creo que esto está en relación con lo que he señalado antes. Cuando hablamos de espiritualidad, es importante tener en cuenta que es una dimensión fundamental y fundante del ser humano, de apertura a la trascendencia, a los demás y a la naturaleza. Y esta es una experiencia que todos los seres humanos vivimos. Insisto en que la dimensión espiritual no es solamente la de una persona religiosa, católica o pentecostal, inscrita en una religión, iglesia o comunidad religiosa, sino una experiencia fundamental de todo ser humano, que se puede vivir dentro de una religión o no.
Esta dimensión espiritual es fundante: la espiritualidad se puede vivir a través de la apreciación del arte, de una buena pintura, de la música; a través de la vivencia de la naturaleza, del encuentro con los demás, con la familia, etc.
¿Qué intentaría hacer yo? Creo que esto es un aporte porque, en el fondo, amplía el registro de lo que entendemos como espiritual y somos capaces de acoger a gente que vive otras dimensiones de la espiritualidad. Y es interesante también insistir en esto: se trata de una dimensión que algunos lo tienen y otros no, no es una dimensión accesoria, sino que está fundamentalmente ahí.
¿Pueden contribuir estas personas dentro de las instituciones jesuitas? Evidentemente que sí: digamos que son un aporte dentro de las instituciones. Podemos trabajar en universidades, colegios u ONG que tengan una preocupación por el ser humano, por la apertura del ser humano a los demás y a la naturaleza. Estas son aperturas a la trascendencia, aunque puedan ser trascendencias inmanentes, y evidentemente la intención de la Compañía de Jesús es, desde esta espiritualidad, desde esta dimensión fundamental y fundante del ser humano, abrirse también a una trascendencia trascendente. Es ahí donde la Compañía puede acoger a la gente con la idea de cultivar su dimensión espiritual –porque esta dimensión espiritual también hay que cultivarla, como cualquier otra dimensión del ser humano. Y mostrar que esta dimensión se puede abrir también a la trascendencia trascendente, aunque ese es un camino que algunos aceptarán y otros dirán: “Mira, yo por esa parte no voy y no lo acepto.” Pero el mero hecho de reconocer la propia vocación, de cultivar la dimensión espiritual, de hacerse preguntas y de ser capaz de trabajar en relación con ello creo que son pasos que pueden ayudar y que ya se están dando.
DoBetter: ¿Qué relación existe entre espiritualidad y formación?
Ignacio Sepúlveda: En las preguntas anteriores, he insistido en que la dimensión espiritual es una dimensión fundamental y fundante del ser humano, que nos abre a la trascendencia, ya se inmanente o trascendente, que nos abre a los demás, a otros seres humanos, que nos abre a la naturaleza, a experiencias y a vivencias fundamentales, que van más allá de nosotros –de ahí su sentido de trascendencia.
Ahora bien, yo creo que la espiritualidad hay que entrenarla. Ya en el siglo v, San Agustín hablaba de escuchar la propia voz interior; a finales del siglo xix, los románticos hablaban de la propia voz interior. Esta voz interior, en el fondo, para poder escucharla uno tiene que entrenarse y ser capaz de acallar muchas cosas para poder vivir. En este sentido, cuando hablamos de este entrenamiento, la formación debería abrirnos también a hacer crecer y desarrollar esta capacidad espiritual.
En este sentido, es interesante señalar que hay autores que plantean que nosotros tenemos una inteligencia lógica, que es la que utilizamos para resolver nuestros problemas del trabajo, los problemas matemáticos, los problemas filosóficos, etc. Pero, además, tenemos una inteligencia emocional, que es fundamental para trabajar unos con otros, y la inteligencia espiritual. Es fundamental que podamos reconocer nuestra inteligencia espiritual.
En este sentido, Francesc Torralba ha señalado que esta inteligencia espiritual también se tiene que desarrollar, y en ello debemos ayudar no solamente en la universidad, sino también en los colegios y en la formación que proporcionamos a los chicos y a las chicas. Hemos de procurar que no solamente se desarrollen emocional y lógicamente, sino también con esta apertura a la espiritualidad.
Y eso habrá que entrenarlo, habrá que buscar las maneras de hacerlo, cómo desarrollarlo; habrá que buscar en las distintas tradiciones religiosas –pero con ello no estoy diciendo que tengamos que hacer que los niños se entrenen religiosamente, sino poder formar a los niños y jóvenes y también a los adultos en esta dimensión de espiritualidad–, y encontrar la forma de hacerlo, dentro de lo que conocemos, dentro de la religión y de las espiritualidades.
En ese sentido, si me permiten, creo que los ejercicios espirituales pueden ser una fuente enorme para formar a la gente en este sentido de la inteligencia espiritual, y habrá que ver cómo adaptarlos. En este momento, se han realizado ya algunas actuaciones, por ejemplo, en Alemania, dirigidas a jóvenes y a empresarios, que no solo consisten en ir a rezar, sino en cómo entrenar la propia capacidad espiritual para descubrir y formar esta dimensión.
Creo que ahí puede haber algunas claves que pueden resultar interesantes.

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