Confinamiento y educación digital: ¿qué podemos aprender de la innovación social?

La pandemia ha sido un examen sorpresa de digitalización en todos los sentidos.

Liliana Arroyo

Estos días estamos viviendo en primera persona cómo la dimensión digital atraviesa nuestra experiencia social, laboral, política, económica y afectiva. La intensidad digital llega a los reductos más íntimos y cotidianos de la mayoría de familias.

Ya nos lo imaginábamos, pero ahora que hemos virtualizado todas nuestras facetas, nos damos cuenta de que educar en digital va mucho más allá de la mera alfabetización tecnológica. Sin duda requiere la adquisición de nuevos conocimientos y destrezas, pero es en realidad un cambio cultural y profundo.

Ahora que las escuelas se reducen a una pantalla y se fusionan más que nunca con las familias, necesitamos nuevos referentes para estos espacios de socialización primaria.

En muchos centros todavía siguen dejando el móvil fuera de clase, pero afortunadamente empiezan a surgir ejemplos de buenas prácticas donde los dispositivos son elementos de aprendizaje.

Ahora que las escuelas se reducen a una pantalla, se fusionan más que nunca con las familias

La pandemia ha sido un examen sorpresa de digitalización en todos los sentidos y pone al frente un reto que ya nos perseguía: ¿cómo acompañamos a nuestros menores en su educación digital? En muchos hogares tenemos hoy criaturas ávidas de descubrir el mundo desde sus móviles, pero se encuentran con unos adultos comprensiblemente desubicados.

Si nos fijamos en la mayoría de familias, sin contar las que la brecha digital deja a un lado, podemos trazar un continuum en función de la capacidad de los adultos en educación digital.

En un extremo encontramos a los estupefactos, aquellos que no están en las redes ni se les espera porque no quieren entrar en ese mundo. En el otro, tenemos familias que inauguran la huella digital de su descendencia con las ecografías, meses antes de tocar su piel. Lo que es homogéneo en todo el espectro de colores entre un tipo y el otro es la incertidumbre.

Si nos preguntamos qué tipo de educación y para qué mundo, los datos alimentan la inseguridad, cuando vemos, por ejemplo, que el 65 % de los estudiantes que se sientan hoy en los pupitres de primaria optarán a puestos de trabajo que todavía no existen. Y más ahora, que no sabemos exactamente qué recuperaremos del funcionamiento pre Covid-19. La sensación de abismo tiene unos costes sociales importantes y crea una brecha en la confianza intergeneracional. 

Computer family help
Los menores de 9 a 17 años ayudan a menudo a sus mayores cuando tienen problemas con internet (Foto: Padraic Spencer/Twenty20)

En el último informe EU kids online se refieren a ello con el concepto de “mediación inversa”. Los menores entre 9 y 17 años afirman ayudar a menudo a sus mayores cuando tienen dificultades usando internet. Eso refuerza la metáfora de los “nativos digitales” versus los “migrantes digitales”, acuñada por Mark Prenski en 2001.

Situar a los menores como expertos, en realidad los está vulnerabilizando porque asumimos que un experto no necesita ayuda y que además hace cosas que no podemos entender. Educar y acompañar desde esta posición es complejo.

En un estudio anterior de la misma red entrevistaron a los padres sobre sus estrategias educativas en referencia a los usos digitales, y una proporción importante de ellos asumía que los hijos sabían manejarse solos en los entornos digitales. En la versión analógica, sería como dejar salir a jugar a las criaturas a la calle cuando saben andar y correr, sin explicarles bien que hay que prestar atención a los semáforos.

Situar a los menores como expertos, en realidad los está vulnerabilizando porque asumimos que un experto no necesita ayuda

Otra dificultad añadida es que el diseño de los dispositivos, apps y plataformas cada vez requiere menos conocimientos por parte del usuario para que no haga falta saber escribir su nombre para llegar, en cambio, a sus dibujos animados preferidos en YouTube, algo que puede hacer a los tres años. Justo este ejemplo lo usan muchos padres y madres para alucinar con la destreza de sus pequeños.

No obstante, saber encender la luz porque sabe activar el interruptor es condición necesaria pero no suficiente para comprender cómo funciona un circuito eléctrico. Y ahí está la vuelta de tuerca: los nativos digitales de repente son expertos naif, movidos por el motor de la curiosidad. De alguna forma los “abandonamos” pero los seguimos mirando de lejos.

Así es como llegamos a mitos como que “están enganchados al móvil” (como si los adultos fuéramos diferentes). Y lo más preocupante es que pocas veces preguntamos por qué hacen lo que hacen o qué sentido tiene para ellos. A veces resulta más fácil juzgar al influencer que pretenden imitar porque no encaja con nuestras preferencias adultas, olvidando que ese disloque es una oportunidad para entender qué buscan en ese referente.

A veces resulta más fácil juzgar al influencer que pretenden imitar porque no encaja con nuestras preferencias adultas

Ahí es donde entra en juego una propuesta inspirada en las tendencias de innovación social. ¿Cómo nos puede ayudar a abordar desde otro lugar estos nuevos retos de la educación tanto en escuelas como en familias? Una clave puede estar en la educación basada en la cooperación.

Si imaginamos la alfabetización digital bajo el prisma del trabajo en equipo, donde cada parte interviene desde su fortaleza, no hay expertos y principiantes. En este caso, unos aportan la curiosidad y destreza en el manejo, pero otros el criterio, la experiencia y el contexto.

Se abre ahí la puerta a un acercamiento donde reconocer lo que no se sabe es una virtud y dejarse ayudar es claramente pedagógico. Se puede convertir en una exploración conjunta donde, además de compartir conocimientos, se establecen puentes de comunicación, espacios para hacer preguntas y se fortalecen los vínculos de confianza.

Desde ahí es mucho más sencillo preguntar, empatizar y convertirnos en aliados durante esa adolescencia –irrevocablemente– tan presencial como digital. Y más ahora, en este contexto de digitalización acelerada y donde el perímetro de acción lo marcan las paredes de nuestro hogar. 

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