La importancia social de la clase media

Alejandro Santana

Evolución de la clase media y su importancia en el presente

Para hablar de la clase media, tendríamos que remontarnos al siglo xix. Fue a partir de aquel momento que los propietarios y los nobles vieron afectada su situación de privilegio como consecuencia de las revoluciones liberales que dieron paso a una sociedad moderna, caracterizada por la existencia de dos clases sociales antagónicas en cuanto a sus condiciones económicas y a sus intereses: la burguesa y la clase trabajadora. Pero, al mismo tiempo, esta polarización, derivada de la concentración creciente de riqueza en la clase burguesa y de un significativo nivel de miseria o de situación de pauperización en la clase trabajadora (Engels y Marx; 2020), explica los levantamientos proletarios que se transformaron en revoluciones sociales.

Durante casi todo el siglo xix, el coste de la vida creció más que los salarios, lo cual provocó el empobrecimiento de la clase obrera. Por su parte, la burguesía solo se preocupó por conseguir una gran acumulación de capital, lo cual tuvo como consecuencia el mantenimiento de unos salarios muy bajos y de unas pésimas condiciones de trabajo para la clase trabajadora. Las jornadas laborales eran largas y agotadoras y, en muchos casos, superaban las doce o quince horas diarias. Los salarios eran tan bajos que solo permitían la mera subsistencia (Hammond, 1930; Engels, 1945).

Ante dicha situación, las ideologías socialista y comunista, que comenzaron a tener una importante difusión en ese momento, sirvieron para alentar y fundamentar revoluciones que la clase trabajadora ejecutó en algunas partes del mundo en el siglo xx. Tal fue el caso de las revoluciones comunistas en la Unión Soviética, China o Cuba. No olvidemos que el marxismo planteaba la necesidad de que las clases trabajadoras se unieran y se organizaran para tomar el poder, llevar a cabo la socialización de la propiedad privada, lograr la erradicación de la sociedad capitalista y establecer una sociedad sin clases. Esa idea central sirvió para justificar dichas revoluciones.

La implementación del modelo del estado de bienestar en Europa Occidental

Sin embargo, la influencia de esas ideologías no llegó a triunfar en la Europa Occidental ni en los Estados Unidos. En la Europa Occidental, la implementación del modelo del estado de bienestar, después de la II Guerra Mundial, propició un aumento del nivel de vida de la población de esa región e hizo que una parte importante de ella se situará en el estrato social de la clase media. Este modelo promovió un importante crecimiento de los salarios reales, tras años de escasez durante las guerras, lo cual permitió la expansión del mercado interno de los países europeos que implementaron el modelo y liberó enormes recursos para el consumo. Así, por ejemplo, los salarios reales crecieron significativamente en 15 países de Europa y su participación en la renta creció de 1950 a 1973. De hecho, la productividad aumentó notablemente tras la II Guerra Mundial, un 4,1%, lo cual permitió un incremento de los salarios un 4,5% y de los beneficios empresariales un 4,0%. Estos beneficios se tradujeron en un fuerte impulso a la inversión fija, de un 4,5%, y favorecieron el crecimiento del consumo privado en un 4,8% (Palazuelos, 2013). En consecuencia, el consumo en el estado de bienestar, en un contexto de prosperidad económica, se convertiría en uno de los rasgos complementarios de un modelo de sociedad en el cual se evitó que la clase trabajadora llevará a la práctica la dictadura del proletariado que proponían Marx y Engels (2020).

New Deal en Esatdos Unidos

En los Estados Unidos, en cambio, se implementó el New Deal entre los años 1933 y 1937. El objetivo de ese programa era recuperar y reformar la economía estadounidense después de la Gran Depresión sufrida en 1929, mediante la intervención y la regulación estatal de la actividad industrial, con el fin de reducir el desempleo provocado por la crisis y promover la capacidad adquisitiva de la población estadounidense. Para el Gobierno de los Estados Unidos, era importante reducir la tasa de desempleo, que había pasado de 1,5 millones de personas en 1929 a 14,5 en 1933 (Bureau of Economic Analysis, http://www.bea.gov). A tal efecto, el Gobierno decidió aumentar el gasto público y ello tuvo un efecto multiplicador que propició un aumento del PIB, el cual pasó de representar el 9,18% en 1929 al 39,43% en 1942 (Bureau of Economic Analysis, http://www.bea.gov).

Lo importante a destacar de ambas situaciones es que, en Europa, el estado de bienestar puso mayor énfasis en la igualdad de los resultados, al establecer mecanismos de distribución de riqueza como el sistema de la seguridad social. Ello se tradujo en una mayor cuota del PIB en materia de beneficios sociales y, en consecuencia, en más impuestos, que fueron aceptados porque generaron prosperidad económica en los años cincuenta. En cambio, los Estados Unidos lograron que la capacidad adquisitiva de la población aumentara con el New Deal, lo cual dio inicio al nuevo estilo de vida americano, caracterizado por un nivel alto de consumo y un mayor bienestar económico en esa misma década.

La idea de aumentar la clase media adquirió gran relevancia en el mundo

A partir de esas nuevas circunstancias, la idea de aumentar la clase media adquirió gran relevancia en el mundo, ya que se consideraba una forma de evitar situaciones de pobreza y marginación económica, que llevaban aparejado el conflicto social. Llegados a este punto, consideramos importante esclarecer qué se entiende por “clase media” y entender por qué el sistema de clases surgido del capitalismo se justifica y se acepta como el más adecuado para promover que la población logre mejorar sus condiciones de vida y evitar así las revoluciones sucedidas en el pasado, que derivaron en regímenes autoritarios –que no pusieron en marcha el régimen comunista que proponía Marx. No olvidemos que Marx planteaba un régimen comunista caracterizado por la eliminación del Estado, lo cual no sucedió en la Unión Soviética, ni tampoco en China ni en Cuba.

Para empezar, debemos señalar que las sociedades actuales se caracterizan por la existencia de una distribución desigual de los recursos, tanto materiales como simbólicos, y por la implementación de un sistema de estratificación social que, en cierto sentido, justifica la desigualdad económica y material. Históricamente, en las sociedades preindustriales y tradicionales, se había asumido que los seres humanos nacían desiguales, y los argumentos ideológicos que apoyaban esta idea se basaban en causas divinas o naturales. Ello permite entender por qué esas sociedades asumieron el supuesto de la desigualdad como algo “natural”. Tal era el caso de la Grecia antigua, donde coexistían los hombres libres con los esclavos. A su vez, el supuesto basado en la divinidad contribuía a justificar esa desigualdad. Un claro ejemplo es el sistema de castas hindú, que tuvo su origen en la India clásica y que está fundamentado en el componente religioso que justifica la adscripción de las personas a una casta superior o inferior, en función de su nacimiento o parentesco. Como señala Dahrendorf (1969), la desigualdad material existente en esas sociedades tradicionales siempre se asoció a características adscritas o supuestamente naturales.

En cambio, el surgimiento de las sociedades modernas dio paso el desarrollo industrial del capitalismo, caracterizado por la existencia de dos clases antagónicas en cuanto a sus intereses. Ese antagonismo propició una polarización entre ambas y provocó que se diera un importante énfasis a la racionalidad y a la justificación del orden social generado por el sistema de producción capitalista. Ambos aspectos, la racionalidad y la justificación ideológica, permiten entender por qué el concepto de clase adquirió una importancia sociológica relevante. Fue a partir de ese momento que el sistema de estratificación de clases y el concepto de clase se utiliza para explicar y entender la existencia de la desigualdad económica que se produce en las sociedades modernas capitalistas y que es defendido ideológicamente por los grupos sociales que tienen más acceso a los recursos, particularmente económicos, lo cual les permite disfrutar de un mayor poder económico y político.

¿Por qué existe un interés en el sistema de clases?

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué ese interés en el sistema de clases? Para responder a esta cuestión, hemos de partir de la noción de igualdad. Primero, debemos entender que no existe la igualdad, desde el punto de vista natural, puesto que en la naturaleza no existen dos seres completamente iguales. Cada individuo tiene su propia constitución física y mental. Sin embargo, los sociólogos proponen dos formas de entender la igualdad en el sistema de estratificación de clases sociales. La primera plantea que las personas son estratificadas o agrupadas socialmente en función de sus ingresos y bienes, de los cuales dependen para satisfacer sus necesidades materiales. Pero la estratificación social, evidentemente, dificulta aplicar el concepto de igualdad, ya que no lleva necesariamente a una igualdad económica, sino que delimita la posición social de las personas según los ingresos que obtienen. A pesar de eso, se hace énfasis en que las personas tienen la posibilidad de ascender si se esfuerzan y de mejorar sus niveles educativos. La segunda forma plantea que la igualdad ha de ser entendida desde el punto de vista normativo. Implica que todas las personas son iguales, lo cual quiere decir que deben ser tratadas de forma igual. Ambas perspectivas se vinculan cuando pensamos que, si bien existe la diversidad humana, es necesario ofrecer unas condiciones de vida mínimas y una valoración igual para todas las personas como seres humanos (Crompton, 2008). A partir de esa idea, podemos plantearnos dos preguntas fundamentales ¿Cómo podemos explicar y justificar las desigualdades existentes en sociedades como la nuestra, si asumimos esa premisa? Y si asumiéramos que la igualdad es un derecho “natural”, ¿por qué unas personas dominan y tiene más fácil acceso a los recursos que otras?

En cuanto a la primera pregunta, es importante entender que el sistema de clases sociales es la estructura organizativa de la mayoría de las sociedades modernas, ya que su sistema de producción se basa en el capitalismo, que se caracteriza por la desigualdad económica entre las clases sociales que lo componen. De hecho, se entiende como algo razonable, porque hay personas que realizan trabajos que requieren mayores conocimientos y habilidades, así como una mayor responsabilidad en su ejecución, que otros. Ello aporta una justificación para la existencia de una desigualdad en materia económica, ya que desde esta perspectiva no sería aceptable ofrecer el mismo salario a todas las personas, pues podría generar un problema de desmotivación en los individuos que realizan trabajos que requieren un mayor nivel de conocimientos y de habilidades que otros. Sin embargo, esta justificación no debe ser un freno para ofrecer acceso a un mínimo de recursos para vivir de forma digna a gran parte de la población que vive en situación de precariedad y con bajos salarios. Según el informe World Employment and Social Outlook - Trends 2019 de la Organización Internacional del Trabajo (2019), aproximadamente 3.300 millones de personas empleadas en el mundo no estaban disfrutando de un nivel suficiente de seguridad económica, bienestar material e igualdad de oportunidades. Según un estudio reciente del Pew Research Center, la proporción de adultos en los hogares de clase media estadounidenses se ha reducido del 61% en 1971 al 50% en 2021, es decir, un 11% en los últimos cincuenta años, mientras que las clases con ingresos más elevados han aumentado un 7% (Kochhar y Sechopoulos, 2022).

El problema es que no hemos sido capaces de establecer un sistema social que permita el acceso a los recursos y que, aunque no implique la igualdad económica en un sentido literal, no sea exageradamente desigual ni provoque las diferencias económicas que se están viviendo en nuestras sociedades. Consideramos que este aspecto es importante, ya que los defensores de la globalización económica insisten en que los países que se han integrado a ese proceso han visto mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Sin embargo, como podemos ver en el gráfico del Informe sobre la desigualdad 2020, elaborado por el World Inequality Lab, la proporción destinada al 50% de la población con los ingresos más bajos se ha mantenido alrededor del 10% desde 1820, mientras que el 10% de la población con los ingresos más altos se mantiene por encima del 50%.

Global income inequality

Pero, al mismo tiempo, como sostiene Rosemary Crompton (2008), podríamos asumir que las desigualdades no han de ser vistas como algo negativo. Esta idea es apoyada por los defensores del neoliberalismo, que consideran conveniente diferenciar entre igualdad legal o formal e igualdad de resultados. Para ellos, todos somos iguales ante la ley y la existencia de la “igualdad de oportunidades” nos permite mejorar nuestra posición social y nuestro bienestar, con lo cual se reduce la desigualdad, en términos de resultados. Sin embargo, el modelo de economía de mercado en que se basa el sistema de producción capitalista no genera, como resultado, que la distribución de los beneficios producidos sea la menos desigual posible, lo cual pone en duda la existencia de la igualdad de oportunidades. En efecto, como se ilustra en este otro gráfico del Informe sobre la desigualdad 2020, del World Inequality Lab, el 10% de la población del mundo obtuvo el 76% de la riqueza mundial en 2021.

Global income and wealth inequality

Pese a ello, los neoliberales apoyan que la desigualdad puede ser beneficiosa porque la motivación del individuo en las sociedades capitalistas por mejorar sus condiciones económicas y sociales promueve la innovación, el avance tecnológico y la superación personal. En ese sentido, se asume que el capitalismo ha de ser desigual porque, de lo contrario, habría una pérdida de motivación, no surgirían ideas innovadoras ni se lucharía por la superación personal. Además, se considera que perseguir la igualdad material puede repercutir negativamente en los niveles materiales de la sociedad. Estos argumentos coinciden con los argumentos de los defensores de la estratificación social basada en las clases sociales del enfoque funcionalista, como Davis y Moore (1945). Estos autores consideran la desigualdad social como un mecanismo mediante el cual la sociedad se asegura que las posiciones más importantes de la sociedad son ocupadas por las personas más cualificadas, las cuales procederán de forma responsable y deberán ser premiadas por ello. E insisten en que una sociedad que provea la igualdad de oportunidades facilitará que ese mecanismo opere con efectividad. Sin embargo, ello no significa necesariamente que la sociedad pueda ser justa, ya que la igualdad de oportunidades puede ser una condición necesaria pero no suficiente para lograr que un sistema social sea justo.

Implementación de mecanismos de distribución de riqueza

De hecho, la implementación de mecanismos de distribución de riqueza, como los que se establecen en los estados de bienestar, demuestra que el sistema de clases y el capitalismo, defendidos por los neoliberales, no han logrado que el sistema social sea justo, en términos de la igualdad de oportunidades. Ello nos lleva a tener presente que la idea de meritocracia que se esgrime en el discurso ideológico que justifica el sistema de clases sociales muchas veces entra en contradicción con la realidad. Si la idea de meritocracia, como señala Sandel (2020), implica otorgar la riqueza, deberes, derechos, poderes, oportunidades y cargos conforme a lo que se merece cada persona, ¿cómo puede explicarse que, tras la crisis financiera estadounidense de 2008, el Gobierno tuviera que aportar recursos económicos para salvar a los bancos de una quiebra generalizada, cuando estos no habían demostrado la capacidad de gestionar adecuadamente dicha situación?

No olvidemos que las agencias de calificación de riesgo dieron una calificación alta a los títulos hipotecarios y a los activos cuyo subyacente fueron las hipotecas subprime, las cuales presentaban como característica fundamental una posibilidad alta de impago, como sucedió efectivamente en 2008. Ciertamente, el factor de la información asimétrica por parte de los agentes financieros jugó un papel fundamental en el origen de la crisis, pero también debemos reflexionar si el mérito se aplica de forma adecuada en el sistema de clases sociales en una economía de mercado o no, como sucedió con los bancos estadounidenses.

Consideramos que uno de los problemas de este modelo es que quienes deciden cómo se reparte la riqueza en función del mérito y establecen las reglas para ello no necesariamente velan por su cumplimiento o acaban siendo cómplices de situaciones como la sucedida en la crisis financiera de 2008.

Complejidad de establecer igualdad económica e igualdad de oportunidades

Así pues, en un sistema de clases, no solo es complicado establecer la igualdad económica, sino que también la igualdad de oportunidades y el mérito han sido puestos en tela de juicio en determinadas situaciones, como acabamos de ver. Por ello, parece importante hacerse dos preguntas: ¿Quiénes componen las clases medias en el mundo, en general? Y, ¿en qué medida juegan un papel importante en el sistema económico capitalista? Tradicionalmente, los sociólogos tienden a considerar el estatus y el prestigio profesional como los factores que delimitan la clase media de los demás estratos sociales. En cambio, los economistas tienden a priorizar los ingresos. Sin embargo, en la realidad, podemos ver que la clase media se caracterizada por una gran diversidad entre sus componentes, por su variación en el tiempo y que, en situaciones de crisis económica, se termina dividiendo entre la clase media alta, que puede aspirar a un ascenso social, y la clase media baja, que parece destinada a descender de nivel (Atkinson y Brandolini, 2013). Por ello, surge el debate sobre qué debe entenderse por clase media y si, al hablar de ella, nos referimos a una noción científica o simplemente a un componente ideológico del sistema capitalista que puede considerarse un mero eslogan político (Sick, 1993). Incluso, algunos autores entienden el concepto como un grupo social que representa la moderación y evita que se produzca un desequilibrio social entre ricos y pobres (Adamovsky, 2020). Pero esto último no resuelve el problema de tener claros los criterios o los componentes que permitan determinar la pertenencia de una persona a la clase media.

Históricamente, se han realizado intentos por establecer definiciones objetivas del concepto de clase media que han buscado apoyarse en rasgos que le den consistencia, pero, debido a la gran heterogeneidad de las categorías ocupacionales, ha sido difícil lograr una definición clara de este concepto. Como señala Adamovsky, (2020), ¿qué rasgos pueden compartir ocupaciones tan dispares como los comerciantes minoristas, los pequeños productores, los oficinistas (white-collar workers) o los profesionales independientes? Podríamos incluir incluso las dimensiones de género y raza, ya que la evidencia empírica demuestra que la pertenencia a una categoría ocupacional de la clase media y las oportunidades que se abren con ella no son iguales para todos, si tenemos en cuenta el factor étnico, de raza o de género (Cropton, 2008). Por ejemplo, la posibilidad de escalar posiciones a partir de un empleo de oficina es menor para las mujeres que para los hombres. Por ello, se considera que la prueba de la existencia histórica de una clase media se fundamenta en la agrupación apriorística de una serie de categorías ocupacionales de las cuales no se demuestran claramente los elementos compartidos que las diferencian de otros sectores sociales. Esta ambigüedad facilita la instrumentalización de los discursos políticos cuando hablan de mejorar la situación de las clases medias o sostienen que una mejora de su situación implica un mayor bienestar de la sociedad.

Por tanto, nos hallamos ante al desafío de conceptualizar una variedad extrema de ocupaciones como una clase. Ello implica establecer unos rasgos suficientemente generales que permitan agrupar dicha variedad de categorías y suficientemente específicos para poder distinguir la clase media de otras clases. De ahí que Admosvky (2020) explique que los estudios sobre este tema hayan tomado dos caminos. Por una parte, unos se centran en enfatizar que la clase media es una mera invención discursiva derivada de los discursos políticos, pero que no da lugar a explorar la historia social de los sectores englobados en esa categoría (Wahrman, 1995). Por otra parte, existen estudios que analizan el vínculo entre los determinantes estructurales de la sociedad y la experiencia de determinados grupos sociales en situaciones históricas específicas, pero teniendo en cuenta las construcciones de los discursos que los motivan a la unidad como clase media (Parker, 1998). Este tipo de estudios tienen sentido, ya que un proceso de construcción de la identidad es incomprensible sin analizar el contexto y las condiciones de receptividad de los discursos sobre esta clase. Esto es importante porque es relevante demostrar empíricamente que, en un lugar o en una sociedad determinados y en un momento en el tiempo, una parte de la población se sitúa entre las personas consideradas de clase alta y otra parte, entre las que se sitúan en la clase baja.

Lo anterior adquiere gran importancia si se tiene en cuenta que se busca construir sociedades más justas e igualitarias, lo cual implica dar un papel importante al Estado y a todos los agentes sociales para establecer unas políticas que mejoren las condiciones de trabajo y salariales de la población, con la finalidad de evitar el desempleo y la fuerte precarización que se vive actualmente. Por ejemplo, la aparición de las nuevas clases medias en algunos países en vías de desarrollo, como ocurre en Latinoamérica, presenta como característica la heterogeneidad en cuanto a su situación económica, pero también una cierta inestabilidad económica, debido a la alta incidencia de las ocupaciones precarias o informales (Birdsall et al., 2014; Castellani et al., 2014). Por tanto, es importante disponer de una definición clara de lo que debe ser la clase media para poder establecer unas políticas que realmente logren mejorar la situación de las personas que se sitúan por debajo de ella. Esto es relevante, ya que un sistema democrático implica el establecimiento de una estructura social en que los grupos sociales pueden participar en la toma de decisiones colectivas para poner en práctica el principio de igualdad, en términos de participación y de establecimiento de unas políticas orientadas a mejorar sus condiciones laborales y de vida. Nos referimos a que todos participen para lograr reducir las desigualdades, que muchas veces son motivo de tensión social y, en consecuencia, de conflicto entre los grupos sociales. De ahí la importancia de la existencia de la clase media.

 

 

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