

El papel de la ética en la enseñanza de la sostenibilidad

Artículo basado en una investigación de Cristina Giménez
Las escuelas de negocios, como instituciones que forman a futuros profesionales y líderes empresariales, pueden ejercer un gran impacto en el desarrollo de la sostenibilidad.
Incorporar la sostenibilidad en una asignatura troncal de negocios implica que los docentes examinen y transformen no solo los contenidos docentes, sino también la forma de impartirla. La respuesta, según la profesora de Esade Cristina Giménez, radica en el concepto de pedagogía ignaciana: la convicción de que la educación debe transformar al estudiante en los planos cognitivo, emocional y espiritual.
“Existen dos razones principales que justifican por qué tenemos el deber de incorporar la sostenibilidad en una asignatura de operaciones o de gestión de la cadena de suministro”, explica Giménez. “Se trata del área empresarial que más contribuye a su huella de carbono y una de las que emplean a más personal. Es esencial garantizar la salud, la seguridad y el bienestar de los trabajadores”.
Las cuatro competencias
En su obra The competent manager: a model for effective performance competence (1982), Richard Boyatzis definía la competencia como “una característica subyacente de un empleado (por ejemplo, una motivación, un rasgo, una habilidad, el aspecto de su propia imagen, un rol social o un conjunto de conocimientos) que da como resultado un desempeño superior”. Ello implica que la competencia requiere no solo conocimientos, sino también habilidades emocionales y relacionales, motivaciones y otros factores impulsores.
Más recientemente, para el caso concreto de los profesionales de las cadenas de suministro, Schulze, Bals y Johnsen han estudiado las habilidades y competencias necesarias para introducir la sostenibilidad en las redes de suministro. En un artículo publicado en el International Journal of Physical Distribution and Logistics Management, identifican estas competencias en cuatro ámbitos, en función de su orientación: cognitivas (conocimientos generales y comprensión), sociales (habilidades de comunicación y gestión de stakeholders), funcionales (habilidades y conocimientos relacionados con la función de compras) y meta-orientadas (compromiso a favor del cambio y la autorreflexión).
La competencia requiere no solo conocimientos, sino también habilidades emocionales y relacionales, motivaciones y otros factores impulsores
Estas descripciones guardan una gran similitud con las cuatro competencias de la formación directiva jesuita, tal como la describía el P. Peter Hans Kolvenbach en 1993: “Nuestro objetivo como educadores –decía– es formar a hombres y mujeres competentes, conscientes, compasivos y comprometidos”.
“Esta tradición pedagógica jesuita de educar a la persona de forma integral, desde la visión de la excelencia humana, está totalmente alineada con las competencias necesarias para incorporar la sostenibilidad en la práctica empresarial”, señala Giménez.
Incorporar la sostenibilidad en la toma de decisiones
En septiembre de 2015, todos los Estados miembros de las Naciones Unidas acordaron comprometerse con 17 objetivos específicos con el fin de reducir la pobreza y crear un desarrollo sostenible para las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y las alianzas.
En el contexto de una asignatura de operaciones o de gestión de la cadena de suministro, deberían abordarse las siguientes cuestiones esenciales:
- Personas: prácticas laborales justas, salud y seguridad en el trabajo, bienestar del trabajador, etc.
- Planeta: el impacto medioambiental de las operaciones y cuestiones como el consumo energético, las emisiones de CO2, el consumo de agua, la preservación de los recursos, el reciclaje, etc.
- Prosperidad: garantizar que todas las personas pueden disfrutar de una vida próspera y plena, y que el progreso se produzca en armonía con la naturaleza. En términos operativos, ello está relacionado con prácticas laborales decentes, tecnologías limpias, reducción de las desigualdades a través de la implementación del aprovisionamiento responsable e incorporación de proveedores que ofrecen condiciones justas.
- Paz: el aprovisionamiento de minerales que no procedan de zonas de conflicto, etc.
- Alianzas: el análisis de problemas que afectan a distintas geografías y sectores y que requieren la colaboración de varios actores (como ONG y organizaciones industriales), etc.
“Existen muy pocos libros de texto que incluyen el análisis de los dilemas éticos en los procesos de toma de decisiones de operaciones y gestión de la cadena de suministro”, señala Giménez. “Y, sin embargo, este análisis es básico para introducir la sostenibilidad como una prioridad competitiva. Hay que alentar a los estudiantes a examinar cómo se abordan estas decisiones y qué impacto tienen en los demás”.
Priorizar a los accionistas y los beneficios es una actitud que habría que abandonar, añade. “Los clientes, los empleados, los proveedores y las comunidades en que operan las organizaciones son también actores clave a tener en cuenta. Las decisiones no están exentas de valores y debemos examinar las consecuencias morales y éticas de nuestras elecciones".

Dilemas éticos
Para ir más allá de la primacía del accionista, es necesario introducir un cambio en la forma de actuar de los directivos, señala Giménez. En vez de limitarse a un simple análisis de coste-beneficio, deben adoptar una deliberación ética no estructurada. “Introducir dilemas éticos en las discusiones de clase puede no resultar fácil”, admite. “Pero existen directrices muy útiles que pueden aplicarse en cualquier campo de la formación directiva”.
En Strategic management: a cross-functional approach (2011), Stephen J. Porth propone un proceso de tres fases para valorar las consecuencias morales y éticas de las decisiones estratégicas:
- Evaluar las posibles consecuencias (tanto las pretendidas como las no deseadas) de cada alternativa para cada uno de los stakeholders implicados.
- Evaluar las alternativas en función de tres criterios: una estimación utilitarista del bienestar agregado a todos los stakeholders, el respeto de sus derechos y obligaciones, así como los principios de equidad y justicia.
- Determinar si la alternativa o solución propuesta es ética, tomando como base la información obtenida en las fases 1 y 2.
“La forma en que abordemos este análisis y debate será clave para desarrollar no solo las competencias cognitivas, sino también las habilidades emocionales necesarias para la gestión de la sostenibilidad”, señala Giménez.
Aprendizaje transformativo
El aprendizaje activo, el pensamiento crítico y la reflexión son las vías más efectivas de introducir el concepto de sostenibilidad en el proceso de aprendizaje, afirma Giménez.
“El aprendizaje transformativo requiere una actitud de cuestionamiento en el aula y que los estudiantes aprendan a desarrollar sus propias interpretaciones, en vez de actuar basándose en las creencias y los juicios de los demás”, explica. “Para lograrlo, los profesores de negocios han de diseñar un entorno de aprendizaje que fomente el confort con las situaciones de incertidumbre y la incomodidad ante las certezas”.

El enfoque pedagógico ignaciano anima a los estudiantes a emprender un camino hacia la madurez y el crecimiento personal, basándose en el aprendizaje a partir de la experiencia y la reflexión. Este método puede aplicarse a una asignatura de operaciones y gestión de la cadena de suministro, señala Giménez, introduciendo temas de sostenibilidad y dilemas éticos en el proceso de toma de decisiones y adoptando metodologías de aprendizaje basado en la experiencia, como la presentación de problemas y desafíos reales, el aprendizaje-servicio a la comunidad y casos de estudio que requieran aplicar un juicio a la vez moral y racional en la toma de decisiones.
Los profesores de negocios han de diseñar un entorno de aprendizaje que fomente el confort con las situaciones de incertidumbre y la incomodidad ante las certezas
“El aprendizaje transformativo implica reflexionar sobre las creencias personales y avanzar hacia una posición de mayor concienciación, aspectos relacionados con la dimensión espiritual de la persona humana”, afirma. “La espiritualidad evoca la interioridad, el autoconocimiento y el descentramiento frente a la actitud egocéntrica, para poder abrirse a los demás y sentir estima hacia ellos. Ello, a su vez, lleva a comprometerse con los demás, especialmente con los más débiles y con los excluidos. La espiritualidad también evoca la integración de las distintas dimensiones de la experiencia humana y la capacidad de abordar los problemas relacionados con el sentido y con los valores”.
El resultado, concluye, es un cambio en las creencias y en las acciones.
“Si los estudiantes son más conscientes de los perjuicios y las presunciones que existen, y se reafirman en sus convicciones, ello les llevará a comprometerse a favor de la sostenibilidad en la toma de decisiones”.

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