Por qué las personas con bajos ingresos son juzgadas con más dureza por sus decisiones

Las personas con bajos ingresos a menudo son juzgadas negativamente cuando compran productos que se consideran innecesarios, extravagantes o por autocomplacencia. Pero cuando estos mismos artículos los consumen personas de rentas más altas, la tendencia se invierte: los productos suelen considerarse entonces no solo aceptables, sino incluso esenciales.

Un estudio reciente de las investigadoras Kate Barasz (Esade) y Serena F. Hagerty (Harvard Business School) revela los motivos que llevan a las personas a valorar de forma desigual los hábitos de consumo según su nivel de renta. La investigación, publicada en la revista académica PNAS, analiza once estudios que documentan diferencias sistémicas en el consumo "permisible" –el que se considera aceptable si los consumidores son otros–, y el consumo considerado menos aceptable.

Los resultados de la investigación confirman que las decisiones de compra y de consumo de las personas con bajos ingresos son objeto de opiniones más negativas y restrictivas. Estas personas siguen siendo objeto de juicios negativos incluso cuando adquieren artículos que se considera que no necesitan, pero que se los pueden permitir porque han tenido ingresos imprevistos.

Los resultados de la investigación confirman que las decisiones de compra y de consumo de las personas con bajos ingresos son objeto de opiniones más negativas y restrictivas

Esta actitud hipócrita resulta en una provisión de recursos desequilibrada e ineficiente para las personas que más los necesitan. Pero, ¿por qué las personas con más ingresos deciden que las personas con menos recursos merecen menos las cosas que ellas mismas consideran necesarias?

Vivir dentro de nuestras posibilidades

Este fenómeno generalizado se justifica, con frecuencia, como una simple cuestión de posibilidades: las personas no deberían gastar lo que no tienen. Sin embargo, Barasz y Hagerty descartan esta justificación en su investigación y confirman que el motivo por el cual a las personas con bajos ingresos se les permite socialmente consumir menos es porque se presume que necesitan menos. Además de enfrentar disparidades económicas en lo que las personas de bajos ingresos pueden pagar, la investigación revela una desigualdad en lo que se les permite tener.

Con frecuencia, se examina y se critica a las personas con ingresos más bajos por sus decisiones de consumo de una forma que no se da con ninguna otra clase.

Barasz y Hagerty recuerdan que "se sucedieron las críticas en las redes sociales cuando algunos refugiados sirios fueron fotografiados llegando a las costas empuñando sus teléfonos móviles, y cuando un político estadounidense reprendió en público a los americanos de rentas más bajas que se compraban iPhones en vez de contratar seguros médicos". Asimismo, los beneficiarios de ayudas sociales en Estados Unidos han sido criticados por adquirir artículos de alimentación considerados 'de lujo', como el marisco, un fenómeno tan generalizado que incluso fue objeto de una parodia en un titular de la publicación satírica The Onion en estos términos: "La mujer, la máxima autoridad de lo que no debería haber en el carrito de la compra de las personas pobres".

Con frecuencia, se examina y se critica a las personas con ingresos más bajos por sus decisiones de consumo de una forma que no se da con ninguna otra clase

Incluso en las esferas más oficiales, añaden las autoras, algunas agencias federales han reprendido a las víctimas pobres de los desastres naturales por la forma en que se han gastado los fondos de ayuda que han recibido. "El director de una ONG internacional prevenía contra las transferencias de dinero en efectivo no condicionadas a las personas de rentas más bajas, porque consideraba que con esos fondos podrían comprarse cosas equivocadas".

No se trata simplemente de una indignación por el hecho de malgastar los dólares de los contribuyentes. Es una actitud sistemática hacia las personas de rentas más bajas que deciden comprarse con sus propios ingresos una gran variedad de productos de gran consumo. La percepción va más allá de limitarse a moralizar sobre la conveniencia de vivir dentro de nuestras posibilidades: se percibe como si ante la necesidad hubiera que pedir permiso para comprar determinadas cosas.

¿Placeres culpables?

"El sociólogo Max Weber sostiene que muchas personas consideran una obligación moral gastarse su dinero en productos de primera necesidad, más que en artículos de lujo", señalan Barasz y Hagerty. "Las personas suelen justificar sus compras ante sí mismas y ante los demás, y se sienten culpables si consideran que determinadas compras son difíciles de justificar".

"El mismo razonamiento puede hacerse extensivo a los juicios sobre las decisiones de consumo de los demás: cuanto más justificable se ve un artículo (cuanto más se percibe su necesidad), más permisible resulta su consumo. Sin embargo, este razonamiento apenas se sostiene cuando la necesidad percibida de un artículo no es algo absoluto, sino que cambia en función de quien va a utilizar el artículo".

smartphones
Los smartphones son vistos como necesarios si quienes los poseen son personas de rentas altas y, en cambio, como objetos irrelevantes para quienes no disponen de los mismos recursos (Foto: Kwangmoozaa/Getty)

En su análisis de una amplia muestra de bienes y servicios, Barasz y Hagerty observan que los mismos artículos son percibidos como menos necesarios si sus usuarios son personas de rentas más bajas.

"No se trata solo de que los smartphones sean considerados universalmente objetos frívolos que todo el mundo quiere tener, sino que son vistos como necesarios si quienes los poseen son personas de rentas altas y, en cambio, como objetos irrelevantes para quienes no disponen de los mismos recursos", señalan las autoras. "Es una doble vara de medir terrible para evaluar las decisiones de consumo, que genera una visión pobre del concepto de necesidad: la creencia sistemática que las personas con menos dinero tienen menos necesidades, o más básicas".

Hacer más con menos

Barasz y Hagerty señalan que, cuando se juzga más severamente a las personas con bajos ingresos por el hecho de comprarse cosas que no "necesitan", la definición de "necesidad" cambia. "Se aplica una definición más estricta y restrictiva a las personas más necesitadas, planteando una situación un tanto difícil y turbia. La lista de artículos considerados necesarios se va reduciendo cada vez más, con lo cual a quienes ya padecen una situación de penuria se les pide que realicen aún más esfuerzos y hagan más con menos".

Cuando se juzga más severamente a las personas con bajos ingresos por el hecho de comprarse cosas que no necesitan, la definición de necesidad cambia y se plantea una situación difícil

"Estas consecuencias conductuales apuntan a una realidad más generalizada y mucho más problemática: las personas parecen sentirse más cómodas cuando determinan (y limitan) las decisiones de los más pobres. Es comprensible que los donantes quieran asegurarse de que su dinero va a estar bien empleado, pero ese deseo de control probablemente se ha visto exacerbado por la concepción desequilibrada de que las personas con rentas más bajas gastan más dinero de un modo que se considera inadmisible. Influidos por una visión muy estrecha de las necesidades percibidas, los donantes pueden acabar propiciando una restricción aún mayor de los bienes que ofrecen, o mostrarse excesivamente restrictivos en el destino que asignan a sus fondos, limitando así la capacidad de las personas y de las organizaciones de comprar lo que necesitan".

Esta actitud se traduce en una desigualdad estructural según la cual se espera que las personas con rentas más bajas acepten unos criterios que los poseedores de las rentas más altas no aceptarían para sí mismos. Los programas de ayuda alimentaria y de vivienda social con frecuencia se sitúan bastante por debajo de los niveles que considerarían aceptables quienes no tienen la necesidad de recurrir a dichos programas.

Ser pobre en la era digital

Esta actitud sesgada es predominante a la hora de decidir qué se considera esencial. Así, por ejemplo, Barasz y Hagerty explican que, "cuando Lifeline –un programa de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) que proporciona servicios de telecomunicación con descuento a los americanos con bajos ingresos– decidió ampliar su oferta de las líneas fijas a los teléfonos móviles y, más tarde, al servicio de internet, la decisión suscitó mucha polémica".

"Un responsable de la FCC sostenía que el acceso a internet era necesario en un mundo «en que, cada vez en más estados, los principales destinatarios de las ayudas sociales por razón de sus ingresos solo pueden solicitarlas online». Pero otro se mostraba en desacuerdo, pues argumentaba que «el acceso a internet no es ninguna necesidad ni un derecho humano y que la palabra necesidad debería reservarse para aquellos artículos sin los cuales los humanos no pueden vivir, como la comida, la vivienda y el agua»".

Es fácil argumentar que la comida, la vivienda y el agua son necesidades. Pero también deben valorarse las necesidades de una serie más amplia de artículos, aunque ello resulta más difícil y menos obvio. Vivimos la mayoría de nuestras vidas online, y el acceso a determinados servicios a menudo depende de la conexión a internet. Y, pese a ello, se considera que los más pobres –incluyendo los refugiados que huyen de sus países para salvar sus vidas– no merecen este vínculo esencial para obtener ayuda.

"Este es un lado todavía más oscuro de la desigualdad económica", concluyen Barasz y Hagerty. "Las personas con rentas más bajas no solo padecen restricciones económicas debido a que no pueden permitirse comprar muchas cosas, sino también una restricción social, pues se considera que, por razón de sus necesidades, no se merecen muchas cosas".

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