

La ciudad como laboratorio de innovación

La innovación se ha convertido en algo omnipresente en nuestra sociedad. Tanto que tendemos a creer que siempre ha sido así. Pues bien, ¡no es cierto!
De hecho, desde el Imperio Romano hasta primeros del s. XIX el crecimiento del PIB de la humanidad fue plano, concretamente los cálculos apuntan a un 0.04%. Fue a partir de la revolución industrial cuando la humanidad empezó a crecer.
Los datos de que disponemos apuntan al año 1820. Fue allí cuando el PIB comenzó a incrementar a razón de un 0.7%, una cifra modesta para los estándares de hoy en día. La innovación y las tasas de crecimiento que lleva asociadas son en realidad un fenómeno reciente.
Las ciudades han sido el crisol de esta innovación. Fueron los cafés y los clubs de ciudades como Londres, París o Viena donde surgieron los proyectos, las ideas y las revoluciones que transformaron el mundo. Ahora bien, ¿cómo innovan las ciudades?
La verdad es que las ciudades —y el sector público en general— innova copiando los patrones de las experiencias de más éxito y trasplantándolas a su realidad. Se trata de ideas cargadas de reputación social porque ya han tenido éxito en otros sitios, previsiblemente similares, y por lo tanto el riesgo es pequeño. El sector público es habitualmente garantista y funciona en base al consenso. Ahora bien, ¡no siempre es así!
Barcelona, laboratorio de ideas
Hace algo más de un decenio apareció en Barcelona de la mano de Barcelona Activa y Anna Majó la idea de los Urban Labs. Consistía en una variación de un movimiento muy en boga en la época que eran los Living Labs, pero trasladados a las ciudades. Ambas iniciativas, que estuvieron enmarcadas en proyectos europeos como Open Cities y ENoLL, contaron con el liderazgo y participación de Esade y el autor de este artículo.
Se trataba de coger prestada una de las páginas de las startups e innovar a partir de la experimentación de nuevas propuestas en vez de modificar las existentes. Los Urban Labs consistían en poner a disposición de otras startups y empresas ya consolidadas una parte del espacio ciudadano para experimentar con nuevos productos y servicios.
Implementar estas iniciativas era sencillo: se lanzaba una competición a la que se presentaban varias propuestas y de entre ellas se seleccionaban aquellas que iban a ser validadas en entornos reales.
El interés por parte de las empresas fue notable. No sólo conseguían la validación y puesta a punto de sus proyectos en contextos auténticos con usuarios reales, sino que también les permitía el acceso a los policymakers y por lo tanto su ajuste a los requerimientos de la administración pública.
Durante varios años se realizaron con éxito cerca de un centenar de proyectos de este tipo en Barcelona. Desde iluminación inteligente que se atenuaba cuando no pasaba nadie y subía su intensidad cuando detectaba la presencia de ciudadanos hasta paneles solares en medianeras y un sinfín de otros productos.
Aprendizaje local, competitividad global
De la experiencia de Barcelona se obtuvieron tres resultados y una conclusión:
- En primer lugar se comprobó que, efectivamente, la validación de productos en entornos reales daba como resultado mejores productos ya que se descubrían demandas y problemas imposibles de identificar en un laboratorio.
- El segundo resultado es que la experiencia no solo era interesante para la empresa sino también para la administración, ya que reducía la distancia cognitiva que la separaba de las startups. De este modo se convertía en una administración más emprendedora y que, además, entendía mejor a los emprendedores.
- Por último, el tercer resultado es que esa experimentación era beneficiosa a la vez para la empresa y la ciudad porque ésta se convertía en un escaparate que permitía “vender” mejor esos productos y contribuía a crear ciudadanos más emprendedores y a promover la imagen de ciudad emprendedora.
En definitiva, se trataba de aprender localmente para competir globalmente.
¿Cómo innovamos hoy?
Sin duda hoy en día las ciudades compiten mucho más que hace una década. Hacer que tu ciudad genere oportunidades, innovación y riqueza es mucho más difícil ahora. Las ciudades están asimismo sumidas en profundos procesos de transformación para los que no basta “copiar” y “mejorar”, hay que adelantarse y reinventar la propia ciudad si se pretende liderar y atraer el mejor talento y las mejores propuestas.
Hoy más que nunca, algunas ciudades se han convertido en verdaderos laboratorios de innovación a partir de iniciativas públicas o privadas.
El urbanismo táctico de Janette Sadik-Khan transformó la ciudad de Nueva York a partir de experimentos de bajo coste que revolucionaron su fisonomía, primero con pinturas y bloques de hormigón y posteriormente con árboles, carriles bici y plazas donde antes solo había calles. Este fue un proceso imitado con mayor o menor fortuna por ciudades como Barcelona.
Pero también hemos visto cómo la ciudad se ha convertido en laboratorio desde la iniciativa privada. Tenemos ejemplos en los nuevos modelos habitacionales como el co-living, así como en el sector de reparto a domicilio con las dark kitchens —que cocinan exclusivamente para la venta a domicilio— o con el reparto en menos de 2 horas gracias a pequeños almacenes situados en el centro de las ciudades y modelos predictivos de inteligencia artificial.
Sin embargo, el caso más notable de la ciudad como laboratorio en nuestros días son los experimentos con coches autónomos bajo demanda, los nuevos taxis. En ciudades como Phoenix, Beijing o San Francisco ya tenemos varias empresas proporcionando este servicio con o sin conductor de seguridad.
En otras ciudades como Tokio, existen versiones tipo furgoneta de estos vehículos autónomos, pero gestionados desde el sector público. Todos estos experimentos transformarán nuestras ciudades, probablemente liberando el enorme espacio que hoy en día se dedica al coche.
Experimentación a gran escala
Pero, ¿qué ha cambiado? Las lecciones de los Urban Labs siguen siendo válidas. Ahora bien, la escala de la transformación y la importancia de ser una ciudad innovadora han aumentado mucho. Hoy mucho más que antes, las ciudades precisan de experimentos relevantes que estén a la altura de su ambición, como los coches autoconducidos.
Experimentar en entornos reales tiene un alto coste no solo monetario, sino también en molestias para los ciudadanos. Hoy disponemos de herramientas como digital twins —réplicas virtuales utilizadas para hacer simulaciones— que nos permiten reducir los experimentos en entornos reales a aquellos de los que estamos seguros de que vamos a aprender algo y nos van a dar un aporte.
La gran escala de estas investigaciones también conlleva que sean una propuesta de mercado, de movilización del ecosistema público y privado. Lo público debe ser capaz de colocar los incentivos para que la propuesta sea atractiva y, en definitiva, una en la que todos ganen.
Esa capacidad de gestionar ecosistemas donde todos ganen, atrayendo organizaciones de primera línea con proyectos de impacto global, es probablemente lo que define los verdaderos Urban Labs de hoy.

Profesor titular, Departamento de Operaciones, Innovación y Data Sciences en Esade
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