

Vías para introducir las finanzas verdes
Este artículo forma parte del ciclo de EsadeGeo sobre dinámicas transformadoras
Existe un amplio consenso en que el cambio climático va a seguir ocasionando grandes costes económicos y financieros a las familias, a las comunidades y a las empresas. Tormentas violentas, temperaturas insoportables, el aumento progresivo del nivel del mar y una producción agraria inestable suponen una amenaza para nuestras vidas y nuestros empleos. Sus costes catastróficos no han dejado de crecer y, dada la naturaleza dinámica de los riesgos relacionados con el cambio climático, las últimas tendencias acaso no sean suficientes para evitar subestimar la magnitud de las posibles pérdidas. Estas van a afectar a empresas y organizaciones de todo tipo, y también a las comunidades, de manera desigual. La medida y la frecuencia de estos episodios dependerá, en parte, de las acciones que adoptemos a corto plazo.
Para las instituciones financieras, los riesgos físicos derivados del cambio climático pueden materializarse directamente –debido a su exposición a empresas que experimenten shocks climáticos y vean rebajado el valor de sus activos o tengan más riesgo de impago del crédito– o indirectamente, a través de los efectos que el cambio climático pueda tener en la economía en general y de los efectos de retroalimentación dentro del sistema financiero. La primera “quiebra del cambio climático”, como la denominó The Wall Street Journal, se produjo por diversos incendios en las instalaciones de Pacific Gas and Electric debidos al cambio climático, que provocó períodos prolongados de sequía en California.
Los efectos directos no se limitan a las empresas, ya que, por ejemplo, el aumento del nivel del mar o los fenómenos meteorológicos extremos pueden reducir o aniquilar el valor de las propiedades e introducir un riesgo mayor a las carteras hipotecarias. Los efectos indirectos pueden estar relacionados con la imposición de unas medidas de transición ecológica, a favor del uso de energías más bajas en carbono, lo cual podría llevar a lo que Mark Carney, siendo gobernador del Banco de Inglaterra, describió como reservas “literalmente no combustibles” (literally unburnable), que son el principal activo de algunas compañías petroleras y mineras.
Se están reorientando numerosas políticas y procesos para dedicar más recursos y actuaciones a una economía más sostenible
Con el fin de mitigar o anticipar algunos de estos riesgos, se están reorientando numerosas políticas y procesos para dedicar más recursos y actuaciones a una economía más sostenible. Los reguladores financieros de muchos países están abriendo nuevos caminos al respecto y sus acciones –que pueden describirse bajo la expresión común de finanzas verdes– tendrán profundas repercusiones. Asimismo, incluimos dentro de esta locución genérica las presiones de los principales stakeholders financieros (los inversores y los intermediarios). Y también están relacionados con ellas los desafíos y las decisiones a que se enfrentan las aseguradoras, las compañías de reaseguros y sus organismos reguladores –que merecen un tratamiento aparte.
Están surgiendo áreas de interés prioritario como los bonos verdes, los préstamos verdes, la renta variable verde y los criterios ESG
Así pues, un campo en rápida expansión en el mundo de las finanzas es la confluencia entre tecnología, sostenibilidad y finanzas, incluso con mayor enfoque en las responsabilidades medioambientales, en los activos “marrones” y bloqueados, y en la medición de las emisiones de carbono, del impacto sobre la biodiversidad y del uso de recursos escasos, como es el agua. Todavía queda por ver cómo se traduce todo esto en nuevos ámbitos para las finanzas, pero están surgiendo algunas áreas de interés prioritario, como los bonos verdes, los préstamos verdes, la renta variable verde, los productos asociados a la sostenibilidad, la estandarización de la información medioambiental, social y de gobernanza (ESG) que se debe publicar, la medición de las responsabilidades medioambientales y del impacto, las pruebas de estrés de las carteras y el grado de exposición, y el comercio de las emisiones de carbono.
Los bancos centrales
Los bancos centrales normalmente desempeñan tres roles principales –la regulación bancaria, la política monetaria y la gestión de las reservas–, que ahora están reformulando para incorporar las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad.
Ante los grandes cambios que pueden producirse en los precios de los activos y las pérdidas catastróficas que el cambio climático puede ocasionar, se están adaptando las políticas regulatorias para reconocer el riesgo climático sistémico –por ejemplo, obligando a las instituciones financieras a incorporar escenarios de riesgo climático en sus pruebas de estrés. Instituciones como el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco del Japón, y algunas orientaciones del Banco de Pagos Internacionales (BPI), están trabajando activamente para readaptar algunos instrumentos, como las pruebas de estrés y las normas de capital basadas en el riesgo, y están estudiando introducir incentivos para los bancos que concedan préstamos que tengan como objetivo lograr la sostenibilidad.
Algunos bancos centrales también están buscando formas de integrar las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad en las decisiones de inversión de sus propias carteras –que han crecido enormemente como respuesta a las recientes crisis. A título de ejemplo, el Banco de Inglaterra está estudiando cómo puede apoyar la transición de la economía británica para alcanzar las cero emisiones netas de carbono y, como primer paso importante, está analizando cómo “ecologizar” su programa de adquisición de bonos de empresa (Corporate Bond Purchase Scheme). El Banco Popular de China ha estado evaluando el desempeño de las finanzas verdes en las principales instituciones financieras del país centrándose en los préstamos, y ahora además está calificando estas instituciones en función de los bonos verdes que tienen (porcentaje de bonos verdes sobre el total de activos que posee la institución financiera y su evolución).
Los gestores de las reservas de los bancos centrales también están estudiando cómo incorporar los objetivos de sostenibilidad medioambiental
El punto de intersección con tecnologías como la inteligencia artificial, la internet de las cosas y el blockchain es particularmente interesante en el contexto de las finanzas verdes, dada la importancia de la medición y de la divulgación de información para que surjan nuevos productos asociados a la sostenibilidad y para aumentar de escala los mercados de comercio de emisiones de carbono. Estamos en los albores de todo este proceso, pero los esfuerzos por incorporar los riesgos relacionados con el clima en los marcos regulatorios se enfrentan a retos importantes. Para capturar adecuadamente el riesgo climático, es preciso evaluarlo durante un largo período y utilizar nuevos enfoques metodológicos, para que los marcos prudenciales reflejen adecuadamente los riesgos reales. Políticas que permitan a las instituciones financieras, por ejemplo, tener menos capital en deuda simplemente porque la deuda lleva la etiqueta “verde” podrían fácilmente acabar siendo contraproducentes –por un mayor apalancamiento y por inestabilidad financiera– y minar todos los esfuerzos realizados en este sentido.
Finalmente, los gestores de las reservas de los bancos centrales también están estudiando cómo incorporar los objetivos de sostenibilidad medioambiental, como parte de una reformulación importante sobre qué activos es más apropiado tener en las carteras de reservas. El Banco Popular de China ha añadido los bonos verdes a las reservas de divisas del país y un estudio del BPI ha observado que una gran mayoría de gestores de reservas consideran la posibilidad de incorporar la sostenibilidad entre sus objetivos –algo impensable hasta hace pocos años.

La sostenibilidad como objetivo de gestión de la reserva deberá conciliarse con la liquidez, la seguridad y el rendimiento, y la disponibilidad y la liquidez de los instrumentos financieros verdes elegibles tendrán algunas limitaciones a corto plazo, pero esta dinámica puede tener importantes repercusiones en los sistemas financieros nacionales e internacionales, ya a medio plazo.
Los inversores
Los inversores, como los accionistas directos de pequeñas y grandes empresas y, más indirectamente, los stakeholders a través de la demanda de productos financieros de inversión y de ahorro, abren una vía cada vez más importante para las “finanzas verdes”. Esto ya puede observarse viendo las manifestaciones directas de los inversores de determinados tipos de empresas (por ejemplo, las cotizaciones bursátiles de las empresas estadounidenses de minería del carbón reflejan un “descuento de carbón”), aunque el principal impacto se registra en la preferencia creciente por instrumentos financieros con la etiqueta “ESG”, que han adquirido una gran relevancia, pese a la disparidad de objetivos y retos de los tres componentes que la integran.

Es una dinámica de una gran magnitud. Bloomberg estima que los activos ESG bajo gestión en todo el mundo seguirán creciendo y representarán un tercio del total de activos ESG bajo gestión previstos para 2025, que se cifran en 140.500 billones de dólares. Aunque es difícil disociar los tres componentes, se estima que la mayoría de los activos corresponderán a la “E” (activos medioambientales) y serán también los que crecerán más rápido.
La demanda de activos con la etiqueta ESG está planteando la cuestión de cómo garantizar la etiqueta y, aunque es evidente se han realizado importantes avances en los tres frentes, existe una presión considerable por mejorarla. Para ello, existen diversas agencias externas de calificación y reporte de ESG que aplican distintos marcos y estándares. Un factor indicativo del gran margen de mejora de estas calificaciones es que las correlaciones entre las distintas fuentes de reporte no son tan significativas como en el caso de las agencias de calificación crediticia, por lo cual se espera que se les introduzcan importantes cambios (¿incluso con carácter retroactivo?). Para añadir más fluidez a esta situación, no es difícil imaginar que las disparidades entre los tres objetivos ESG conducirán a una serie de calificaciones más centradas en el medio ambiente y a unos instrumentos de inversión más claramente alineados con los acuerdos internacionales sobre el cambio climático y con las políticas nacionales de transición ecológica.
Los bonos verdes
Un instrumento financiero que combina las dos vías anteriores para introducir las finanzas verdes (los bancos centrales y los inversores) y que ofrece una visión bastante útil –aunque parcial– de las dinámicas en juego son los bonos verdes. Los bonos verdes son títulos de renta fija cuyos beneficios se utilizan para financiar proyectos ecológicos adecuados que ya existen o nuevos (proyectos para combatir la contaminación, el cambio climático, el deterioro de la biodiversidad o el agotamiento de los recursos naturales). Estos bonos están garantizados por activos o bien están vinculados a ellos, y sus organismos emisores deben declarar los tipos de proyectos verdes a que van destinados para poder recibir fondos en el momento de la emisión.

La dinámica de emisión de bonos verdes de los últimos años presumiblemente se mantendrá en 2021 y se acelerará en 2022, según un estudio del DZ Bank. Los países de la UE han sido la fuente más importante de emisiones de bonos verdes y los Estados Unidos, el país que más bonos verdes ha emitido, aunque una parte significativa de estas emisiones proviene de organizaciones internacionales y se espera que China vaya a convertirse en un emisor aún más importante en 2021 –lo cual indica la rápida dinámica de este mercado y también las iniciativas que ha llevado a cabo el Banco Popular de China, que recientemente ha incluido los bonos verdes como activos de garantía admitidos para sus mecanismos de crédito.
Un estudio realizado por WEF en 2020 indicaba que solo un tercio de los encuestados consideraba que los riesgos medioambientales que podrían afectar a su modelo de negocio eran revelados adecuadamente por las empresas –lo cual supone una importante llamada de atención. Mientras los reguladores financieros readaptan sus instrumentos y reinventan sus procesos, y se reformula la asertividad de las demandas “verdes” de los inversores, las empresas harían bien en hacer un seguimiento de estos avances y tomar enseguida plena conciencia de sus activos medioambientales, de su huella ecológica y de sus responsabilidades con el medio ambiente. Esto no solo tendrá repercusión en su acceso a recursos financieros asequibles, sino que puede resultar esencial para responder a las expectativas de sus principales stakeholders.
* Este artículo forma parte de EsadeGeo’s series on transformational dynamics


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