Las comparaciones nos acompañan, queramos o no, a lo largo de nuestra vida. En ocasiones, con efectos nefastos. ¿Cómo aproximarnos, pues, al hábito de compararnos con el resto?

Josep F. Mària, SJ

Con nadie! No nos tenemos que comparar con nadie” — dijo, acalorado y golpeando con la mano sobre la mesa. Profesor de Teología jubilado, jesuita socarrón, paciente y muy bondadoso, Josep respondía a un comentario que otro jesuita había hecho mientras cenábamos en el comedor de la comunidad: “Tenemos que vigilar con quién nos comparamos”.  

La historia de la comparación

De hecho, la historia de la comparación empieza muy pronto. Antes de compararnos, ya nos comparan. En efecto, los pediatras ya informan a nuestras madres sobre nosotros, a menudo en términos de relación con la media (de peso, de altura, etc.). Así pues, la definición de salud incorpora la comparación: estar sano es “estar por encima de la media”. Y si conseguimos crecer bastante sanos, nos pasan a comparar también desde el punto de vista educativo: “saca mejores notas que la media de la clase”. También el deporte de competición incluye comparaciones.  

Al final, como dice el sociólogo Harmut Rosa, “ya no corremos para llegar a algún lugar, sino por no quedarnos atrás”. No hace falta recordar las angustias y las patologías mentales y cardiovasculares que genera este mal hábito de la comparación.  

Antes de decidir compararnos, ya nos comparan

Siete tipos de inteligencia

Para ir manteniendo a raya este hábito, podemos apelar a una definición compleja de la inteligencia. En efecto, el neurocientífico Howard Gardner define siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, cinético-corporal, interpersonal e intrapersonal. Para traducir-lo, respectivamente, en disciplinas: lenguas y letras; mates y ciencias; música; dibujo técnico, pintura, escultura y arquitectura; deportes y danza; filosofía y sociología; psicología, religiones e interioridad. Desde este punto de vista, nadie es bueno en todo. Intentar compararse con los que tienen más talento en cada uno de estos campos es ciertamente letal.  

Aun así, a veces nos oponemos a la comparación esgrimiendo la idea de que somos (o tenemos que ser) todos iguales. Pero la idea de igualdad sigue siendo deudora del hábito de la comparación. Quizás es mejor pensar que somos únicos; somos una combinación única de las siete inteligencias. Y que crecer es ir desarrollandolas todas (con alguna especialización) en un proceso que tiene que pilotar cada cual, no tanto comparándose como poniéndose al servicio de los otros


El hombre que se considera superior, inferior o incluso igual a otro hombre no entiende la realidad (Sutra budista) 

Quien se pone de puntillas no se sostiene de pie. Quien da grandes zancadas no camina. Quien se deja ver no luce; quien se hace soberbio no deviene ilustre; quien lucha no obtiene merito; quien se gloria no se convierte en caudillo (Daodejing 24) 

Da al hombre metas para alcanzar y no se detendrá a pensar si es feliz o no (George Bernard Shaw) 

Jesús llamó a los doce y les dijo: “Ya sabéis que los que figuran como gobernantes de las naciones las dominan con si fuesen sus dueños, y que los grandes personajes las mantienen bajo su poder. Pero entre vosotros no debe ser así: quien quiera ser importante entre vosotros, que se haga vuestro servidor, y quien quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos; como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos” (Mc 10, 42-45) 

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