Contra el virus, menos metáforas de guerra y más civilización
Foto: Amsterdam, 22 marzo 2020
Esta extraña cuarentena colectiva hace que muchos de nosotros echemos en falta el contacto físico, los abrazos, las comidas y cenas con padres, hermanos, amigos y compañeros de trabajo, e incluso intercambiar cuatro palabras con cualquier desconocido en un café o en la barra de un bar.
Todo ello forma parte de lo que merece la pena en la vida o, al menos, de nuestra manera de vivir, de nuestra cultura o, si se quiere, de lo que entendemos por una vida civilizada.
Pensaba en todo ello estos días mientras empezaba un libro de aquellos que siempre se quedan en la lista de lecturas pendientes: El proceso de la civilización de Norbert Elias. Este libro se pregunta: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de civilización? ¿Cómo se ha ido configurando el significado de esta palabra? ¿Cuáles son las estructuras sociales y políticas, y los comportamientos individuales que asociamos a la civilización?
Para responder a estas preguntas, el autor analiza en profundidad, entre otras cosas, los cambios de comportamientos en la mesa y en otros tipos de interacción social, que se empiezan a producir en el siglo XVI.
En particular, se detiene en los consejos que Erasmo de Róterdam recoge en un pequeño best seller de la época: no hacer ruido con la boca al comer, lavarse las manos antes de almorzar, evitar escupir a diestro y siniestro, no sonarse con el mantel, no mojar los dedos en una cazuela compartida y otras instrucciones sorprendentes.
Estos consejos (y su gran acogida) muestran que, en aquella época, empezaba a arraigar una nueva conciencia de la distancia entre uno mismo y los demás, así como una mayor preocupación por qué pensarán los demás de nosotros. Este distanciamiento y esta toma de conciencia son dos de los elementos que impulsan, según Elias, el proceso civilizador, al menos en la Europa occidental.
Y todo esto, ¿a qué viene al caso? Pues me pregunto si resulta adecuado plantear la actual situación de confinamiento utilizando la tan manida metáfora de la guerra contra el virus, que evoca una situación deshumanizadora y des-civilizadora.
Es recurrente (y muy discutible) esta idea de que lo mejor de nosotros se pone de manifiesto en la trinchera y en la lucha contra el enemigo. Pero acaso podríamos abordar la cuestión de otro modo, inspirándonos en el proceso de civilización que mencionaba antes: ¿Los comportamientos que esperamos de nosotros mismos y de los demás en este confinamiento son comportamientos civilizados?
Pese a que queremos recuperar todo lo que echamos de menos, ¿cuáles de estos nuevos comportamientos, hábitos o costumbres quisiéramos mantener cuando todo esto haya acabado? ¿Perdurarán y serán vistos más adelante como parte del proceso civilizador? Probablemente, no todos (por ejemplo, el uso de máscaras en las tiendas o del codo para realizar actividades que hasta ahora hacíamos con las manos, como abrir puertas, taparnos la boca o saludarnos).
¿Los comportamientos que esperamos de nosotros mismos y de los demás en este confinamiento son comportamientos civilizados?
Pero otros quizás sí, como medidas más estrictas de higiene en casa y en la calle. Y acaso también arraigue una nueva sensibilidad: la idea de que estas medidas las tomamos no solo por interés propio, sino para proteger a los demás.
Y, con ello, quizás también tendremos una mayor conciencia de la fragilidad de nuestro cuerpo y del de los demás, y de que estas fragilidades están interconectadas.
A diferencia del siglo XVI, las nuevas expectativas de comportamiento y esta nueva sensibilidad no tienen nada que ver con marcar diferencias de origen ni de clase: valen tanto para orientales como para occidentales, italianos o daneses, ricos o pobres.
Finalmente, quizás también se reafirme el convencimiento compartido de que necesitamos un sistema público de salud muy bien dotado de recursos para hacer frente a situaciones como la actual. Así pues, algunos de estos elementos acaso sí podrían entenderse como civilizadores o, por lo menos, merecería la pena plantearlo de este modo, en vez de recurrir siempre a la aproximación bélica.
Profesor ordinario, Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad en Esade
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