Trump vs. Biden: el liderazgo desvirtuado

Por Ricard Serlavós y Joan M. Batista

Miente unas 26 veces al día, por término medio. Afirma que hay que olvidarse de la covid, que no pasa nada y que hay que mirar hacia adelante. En un país donde han muerto ya más de 200.000 personas, tilda de idiota al máximo responsable de la coordinación de la emergencia sanitaria por contradecirle. Se le detectan cuentas ocultas, presume de no pagar impuestos y reconoce que debe más de 400 millones de dólares, pero no sabe decir a quién se los debe y no le importa, porque afirma: "Son peanuts" ["Son minucias"].

Pues bien, a pesar de todo esto –y de que la lista de hechos contrastados y barbaridades similares podría continuar–, muchos millones de ciudadanos de los Estados Unidos van a votarle en las próximas elecciones presidenciales. ¿Qué explicación tiene esto desde la teoría del liderazgo?

Ante la gran diversidad de teorías sobre el liderazgo y la limitación que impone un artículo breve, apuntaremos algunas explicaciones basándonos solo en un par de teorías que creemos son las más adecuadas para explorar el liderazgo en la era de la posverdad: la teoría del liderazgo emocional y la aproximación al e-leadership.

Escogemos estas dos argumentaciones, conscientes de que, con el predominio de las ideas relativistas y posmodernistas, la posverdad está en auge, y ello supone un terreno abonado para los líderes políticos deshonestos. También porque las perspectivas cortoplacistas de los partidos tienen el peligro de generar una mentalidad involutiva, en vez de promover una visión al servicio de la sociedad. Por último, aunque no menos importante, porque la crisis económica de 2008, la revolución digital y el auge de las redes sociales han conducido al colapso de la confianza pública y han afectado la psicología del individuo.

La teoría del liderazgo emocional explica el liderazgo como una relación resonante, de sintonía entre el líder y quienes están a su alrededor

En primer lugar, la teoría del liderazgo emocional explica el liderazgo como una relación resonante, de sintonía entre el líder y quienes están a su alrededor, construida sobre la base de una visión compartida. El líder aparece como un gestor de las emociones grupales y como un generador de las condiciones que propician un determinado clima organizativo o, tratándose de políticos, un determinado ambiente social. Este papel es especialmente relevante en momentos de cambio.

El cambio siempre tiene una fuerte componente emocional. En una época de cambios dramáticos y de graves amenazas (a la hegemonía norteamericana, al empleo, a la salud...), parecerían funciones fundamentales del líder, primero, decir la verdad y proporcionar representaciones precisas de lo que acontece y, después, reconocer la importancia del impacto emocional que estos cambios tienen en los ciudadanos y usar esta información para ayudarles a superarlos con éxito.

Pero, ¿y si, en cambio, el líder utiliza unas narrativas nostálgicas que idealizan un pasado ficticio, reforzadas con teorías de la conspiración, para despertar los temores sobre un futuro amenazador? Hoy sabemos que las emociones negativas son mucho más potentes que las positivas y, además, que estas emociones hacen que nuestro sistema nervioso simpático dirija nuestros pensamientos y reacciones (Jack et al., 2013).

La historia nos ha demostrado que, ante la inseguridad y la frustración, tendemos a buscar al 'hombre fuerte' que nos protege

La historia nos ha demostrado que, ante la inseguridad y la frustración, tendemos a buscar al “hombre fuerte” que nos protege. Es siempre un personaje que utiliza su retórica para atenuar los miedos y las inseguridades, que aparenta tener el coraje de decir lo que piensa contra las fuerzas invisibles que nos acechan, que entiende nuestras preocupaciones y las emociones que suscitan y que ofrece soluciones supuestamente efectivas a los problemas.

La credibilidad y la popularidad de una persona dependen, pues, de mantener la fidelidad a una historia bien contada, aunque la verdad fáctica –la opinión científica o la verdad literal– lo contradiga (Gabriel, 2004).

La segunda teoría, la del e-leadership (Avolio et al., 2001), entiende el liderazgo como un proceso social de influencia mediatizado por los sistemas de información avanzada, que tiene como objetivo generar cambios en las actitudes, los sentimientos, los pensamientos y las conductas de individuos, grupos y organizaciones. Ya es una obviedad afirmar el enorme impacto que el dominio de las redes sociales y los nuevos medios de comunicación tienen sobre las campañas y las acciones políticas. De hecho, influyen modificando nuestro paradigma –la perspectiva de la realidad, no solo de lo qué es verdad, sino también del cómo nos aproximamos a ella– y nuestra mentalidad: cómo vemos al otro.

Hoy, por analogía a las ecologías naturales, decimos que diferentes períodos históricos se han caracterizado por distintas ecologías narrativas (Gabriel, 2016), en que emergen, interactúan, compiten, se adaptan, se desarrollan y mueren diferentes tipos de narrativas y contra-narrativas.

La historia nos ha demostrado que, en los períodos de crisis, en que usualmente impera la narrativa mencionada del hombre fuerte, el liderazgo narcisista prospera más que en otras épocas (Foroughi et al., 2019).

Ambas teorías están concebidas para contribuir a mejorar la efectividad en el ejercicio del liderazgo, asumiendo un uso íntegro de la capacidad de influencia, sometido a escrutinio público. Pero el líder ha de ser capaz de actuar de forma contingente y entender qué liderazgo es más adecuado en cada situación. Sabemos que muchos políticos nadan como pez en el agua en la posverdad, que su mentalidad se centra en sí mismos y no en el bien público. Pues bien, si el paradigma es el que es, el diagnóstico es claro: Trump se adapta mejor a la situación que Biden.

Trump-Biden-Leadership
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Steve Bannon, el estratega de Trump en las anteriores elecciones (que ahora está aleccionando a la extrema derecha en Italia), sabía de la capacidad del lenguaje y de las redes para producir “noticias falsas” y lanzar populismos demagógicos. Sabía cómo convertir el cuestionamiento de los hechos en un argumento (Ball, 2017) y potenciar la capacidad de influencia del líder con base en la narrativa.

La estrategia de Joe Biden, en cambio, está demasiado atrapada en lo cognitivo (no ha aprendido de Obama, que apelaba a las emociones positivas; ni de Trump, que recurre a las negativas, que –recordemos– son más poderosas). Esta estrategia parece orientada a dejar que Trump se hunda en sus propios excesos, quizás consciente de que, si acepta jugar en su mismo terreno, tiene todas las de perder.

Lo paradójico de la situación es que con ello está renunciando a su papel de gestor de las emociones, con el riesgo de mostrarse a ojos de muchos como una persona distante y carente de empatía.

¿Oh no es tan paradójico? Diversas investigaciones en neurociencia han demostrado que hacer un énfasis excesivo en un tipo de liderazgo centrado en las tareas se relaciona antagónicamente con un liderazgo enfocado en los aspectos más emocionales y sociales, y viceversa. De hecho, es la actividad neural subyacente inherente a uno de los tipos la que tiende a inhibir la actividad neuronal correspondiente al otro (Boyatzis et al., 2014). Es verosímil, pues, que el estilo propio de Biden, más cognitivo que emocional y tan políticamente correcto, limite enormemente su capacidad de conectar (“resonar”, dirían Boyatzis et al., 2002) con las grandes audiencias.

La estrategia de Joe Biden está demasiado atrapada en lo cognitivo

Es difícil admitir desde la academia que la ecología narrativa del paradigma posmoderno esté derrotando los hechos, los datos y, en definitiva, el método científico que explicamos en nuestras clases.

La pregunta ahora es: ¿Podría ocurrir que la historia de las elecciones pasadas, en que Trump venció más por el voto contra Hilary Clinton que por el voto convencido a su favor, se repitiese irónicamente ahora con Joe Biden? ¿Podría este ganar, no tanto por méritos propios como por el voto de rechazo a Trump? Es verosímil que su recurso al histrionismo y a la manipulación sin límites haya provocado mucha decepción y cansancio entre los votantes republicanos (no los que votan a Trump). Sería un buen reflejo de la crisis de liderazgo que asola buena parte de nuestro planeta y que, utilizando las narrativas, trata esencialmente de influir en las emociones negativas.

Adenda: El manual DSM-IV-TR de diagnóstico de trastornos mentales, ampliamente reconocido entre psiquiatras y psicólogos, define el trastorno narcisista como un patrón general de grandiosidad, de necesidad de admiración y de falta de empatía. Algunos de los criterios que utiliza para identificar en qué medida un sujeto padece un cuadro de trastorno narcisista de la personalidad se resumen en las siguientes preguntas:

  • ¿Tiene un sentido grandioso de su importancia?
  • ¿Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios?
  • ¿Cree que es especial y único, y que solo puede ser comprendido o relacionarse con otros que son especiales o de alto estatus?
  • ¿Exige una admiración excesiva?
  • ¿Es muy pretencioso?
  • ¿Explora las relaciones interpersonales?
  • ¿Carece de empatía?
  • ¿Suele envidiar a los demás?
  • ¿Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias?

El umbral para diagnosticar el trastorno narcisista son cinco respuestas afirmativas (o más) a las nueve preguntas anteriores. Podemos garantizar que, como instrumento de medición, es un constructo suficientemente validado y muy fiable. Y, aunque no nos crean, las preguntas no se redactaron pensando en un sujeto concreto…

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