El valor del pluralismo político: ¿Puede la diversidad impulsar la unidad?
La diversidad suele referir al desacuerdo, la disparidad o, como mucho, a la inclusión. Pero atender al sentido político de la diversidad abre una vía para actuar en conjunto a pesar de las diferencias.
A la hora de analizar el título de este artículo “La importancia del pluralismo político: ¿La diversidad puede ser una fuerza impulsora de la unidad?”, su significado no resulta claro de inmediato. Esta falta de claridad tiene su punto culminante en la relación entre diversidad y unidad. Porque ¿cómo puede ser que el hecho de ser distintos unos de otros tenga, sin embargo, la capacidad de unificarnos? Además, ¿qué significa el pluralismo político y qué papel juega en esta relación?
Vivimos tiempos inciertos y peligrosos, en que parece que estamos hostigados ante la posibilidad de que se produzcan grandes desafíos, amenazas e incluso catástrofes. Ya en 1986, Ulrich Beck caracterizaba a nuestras sociedades modernas como “sociedades del riesgo”, en que unos peligros fabricados parecen omnipresentes y a punto de estallar, y en la actualidad Daniel Innerarity describe nuestro tiempo como “la era de la incertidumbre”.
La diversidad tiene el potencial de unirnos cuando la entendemos en su sentido político
Estos riesgos e incertidumbres no solo están relacionados con la inestabilidad internacional a raíz de la guerra en curso en Ucrania. El mundo occidental en especial se está enfrentando a otros desafíos en su propio escenario político. Así, somos testigos de la aparición y de la persistencia de fenómenos tales como el populismo, el descontento político y la polarización posdemocrática, causados en parte por los avances tecnológicos en materia de inteligencia artificial (IA) y big data. Además, como puede verse en especial en la precampaña a las elecciones municipales en Barcelona, el partidismo político está alcanzado su máximo nivel, pues nuestros representantes, que en principio deberían ser ejemplo de una comunidad política fuerte, están más ocupados en obedecer a los intereses del partido en sus respectivas actividades de campaña.
En este contexto, parece que más que tener el potencial de unificarnos, la diversidad nos separa y divide, minando cualquier sentimiento de comunidad que pueda existir. En consecuencia, parece que la diversidad entre todos nosotros hubiera crecido tanto que no exista ya posibilidad alguna de reconciliar nuestras diferencias. Pero tal vez estemos pasando algo por alto. ¿Qué queremos decir con diversidad y cómo puede convertirse, a través del fenómeno del pluralismo político, en una fuerza impulsora de la unidad?
¿Puede la diversidad ser un factor unificador?
La diversidad, en función del contexto, puede entenderse de formas distintas. Según el Online Etymology Dictionary, la palabra en sí significa "variedad” y designa la “cualidad de ser diverso”, aunque también puede significar “disimilitud” o “la diferencia factual entre dos o más cosas o tipos”. Puede aludir incluso a un tipo de “distancia en que dos o más cosas difieren”, o a una “contrariedad”, una “contradicción” o un “desacuerdo”. La Real Academia Española añade la acepción de “abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas”.
Además, contemporáneamente, tiene otro significado, a saber: “la inclusión y la visibilidad de personas que pertenecen a unas identidades minoritarias que antes estaban infrarrepresentadas, centradas específicamente (de forma positiva) en la raza y el género” y, probablemente, también en la etnicidad y la religión. Existe, pues, una gran variedad de significados asociados a la noción de diversidad, pero aparentemente no hay ninguno con un claro potencial que permita incorporar el sentido de unidad.
La única acepción que alude, aunque sea vagamente, a la capacidad unificadora de la diversidad puede ser la acepción contemporánea, con su connotación acerca de la inclusión. Sin embargo, solo funciona a medias y no explica en qué medida la inclusión de dichas “identidades minoritarias infrarrepresentadas” nos llevaría a un mayor sentido de comunidad. Así pues, la relación fructífera entre diversidad y unidad solo puede hallarse cuando se trascienden todos los significados previos del concepto y se entiende la diversidad en su sentido político.
El sentido político de la diversidad
¿Cuál es el sentido político de la diversidad? La diversidad humana —el hecho de que cada persona es distinta de cualquier otra debido a la singularidad y al carácter único de cada cual— es el elemento nuclear del fenómeno del pluralismo. Como señaló Hannah Arendt, esta pluralidad de almas diversas, además, puede convertirse en política (en el sentido originario del término), siempre que las personas —independientemente de sus diferencias— “actúen y hablen juntas” y, por tanto, formen una comunidad, pese a sus diferencias. Es en este tipo de pluralismo político donde puede producirse el encuentro más fructífero entre una multiplicidad de seres humanos irrepetibles y surgir la unidad política. Así pues, esta unidad, que está en la base de cualquier sentido real de comunidad, surge siempre que las personas “actúan y hablan de forma concertada”, en una situación de auténtico pluralismo político.
De este modo, los seres humanos se juntan cada uno desde su unicidad respectiva, pero no se establece jerarquía alguna entre ellos; están “entre iguales” y cada uno de ellos tiene, en principio, la capacidad de participar por igual en la vida en común. Por tanto, como señala Arendt de forma precisa, se da una situación de “igualdad entre desiguales” y se resuelve así el principal desafío político que supone promover la unidad sin socavar la individualidad. Esta situación ideal es contraria tanto a la uniformidad presente en el puro colectivismo, en que se abandona la pluralidad y todo el mundo es idéntico, como al individualismo presente en las democracias liberales, en que no puede surgir ninguna igualdad política ni, por tanto, ningún sentido real de comunidad.
El auténtico pluralismo político produce 'felicidad pública', el sentimiento de dar forma conjuntamente a nuestra comunidad
Además, este tipo de pluralidad o auténtico pluralismo político —algo totalmente distinto del fenómeno aparentemente similar del pluralismo democrático moderno que imposibilita la unidad— es, como señala bellamente Adriana Cavarero, capaz de producir “felicidad pública”. Este tipo de felicidad consiste en el sentimiento de participar juntos en la configuración de la propia comunidad y puede ser atestiguado por personas que han vivido situaciones históricas excepcionales, como los momentos de reconstrucción de un país tras una grave crisis. Colin Crouch, al describir su concepto de “momento democrático”, lo formula así: “La democracia prospera cuando surgen grandes oportunidades de participación para la gran masa de personas ordinarias, a través del debate y de organizaciones autónomas, en la configuración de la agenda de la vida pública, y cuando despliegan activamente dichas oportunidades.”
El sentimiento suscitado con esta participación popular es, sin embargo, completamente opuesto al sentimiento de masas, que surge cuando las masas se unen como si fueran una sola voz y aclaman, por ejemplo, a su líder populista. En estas situaciones, una masa de personas actúa al unísono como un rebaño y se mantiene unida no por algo que esté dentro de ellas, sino meramente por la existencia de un líder externo. No existe unidad entre ellas, sino uniformidad; no hay felicidad pública, sino sentimiento de masas.
Además, también opuesta al sentimiento de masas, la felicidad de la participación común es totalmente distinta a los sentimientos producidos en los grupos de interés. Estos grupos, tan habituales en las democracias liberales, colectivizan los intereses individuales y los trasladan al gobierno. Así pues, lo que les une es el denominador común del interés particular de cada uno de sus miembros dirigido a un organismo externo; no existe unidad entre ellos, sino una mera asociación; no hay felicidad pública, sino el sentimiento de un interés personal colectivo.
Una vía hacia una mejor democracia
Así pues, el hecho de que los seres humanos actúen juntos en una situación de pluralismo político unifica a los actores de tal modo que preserva su individualidad, al tiempo que crea un sentido de comunidad que va más allá de la mera asociación de sujetos individuales. De este modo, este tipo de pluralidad evoca el sentido más profundo de unidad, porque reúne a personas distintas con caracteres diversos que, sin embargo, se mantienen juntas y participan por igual en la configuración de su comunidad.
Una forma política de organización que resulte de esta actividad puede denominarse, pues, democrática. Sin pretender alcanzar directamente este ideal, imaginémonos cuánto más democráticas podrían ser nuestras sociedades si permitieran que se diera en ellas simplemente una parte de este fenómeno. En esta supuesta imagen ideal, la diversidad podría convertirse realmente en la fuerza impulsora de la unidad en el mundo.
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