¿Vivimos en un mundo democrático?
La democracia se encuentra en retroceso. Su salud se ve afectada tanto por tensiones geopolíticas como por la insuficiencia de los gobiernos liberales a la hora de proveer bienes sociales.
Uno de los temas más discutidos en el pensamiento político ha sido la democracia, en tanto no hay un consenso sobre sus características esenciales porque existen diferentes modelos y los contextos en que se desarrolla en el mundo son diversos, lo cual nos permite intuir la naturaleza compleja de ese concepto. Pero al mismo tiempo, si bien no existe tal consenso, debería ser considerada la mejor forma de organización política porque permite respetar la voluntad popular, mantener un estado de derecho y una división de poderes que pueden evitar los abusos de poder por parte de los gobernantes, a diferencia de los regímenes autoritarios.
Sin embargo, la situación por la que atraviesa la democracia no es muy alentadora. La ONG Freedom House muestra en su último informe que el número de países libres pasó de 40 en 1975 a 88 en 1998, es decir de 25% a un 46% del total de países del mundo. En cambio, los países libres han disminuido hasta 84 durante este siglo, lo que representa un 43%, según la misma fuente. Estos datos constatan que la democracia está enfrentando un ligero deterioro como modelo de gobierno ideal o lo que algunos denominan la regresión democrática, la disminución en la fe pública sobre su valor y, los más pesimistas, el fin de la democracia (Diamond, 2008; Battison, 2011; International IDEA, 2022).
Eso nos lleva a preguntar: ¿Qué explica ese deterioro de la democracia a nivel mundial? Existen diferentes interpretaciones. Una de ellas sugiere que los países que mantuvieron un régimen no democrático a finales de los noventa difícilmente adoptarían la democracia porque sus rasgos económicos y culturales no favorecían su implementación (Daimond, 2015). Un caso claro de esto podría ser Corea del Norte o Irán. Otra interpretación plantea que algunos países que han adoptado modelos democráticos han sido erróneamente calificados como democracias (Levitsky y Way, 2015). Ejemplos de este problema los podemos encontrar en algunos países donde la adopción del sufragio permitió clasificar al régimen como "democracia formal", pero en la realidad han sobrevivido actitudes, instituciones y poderes de carácter autocrático al margen de la voluntad del pueblo, como el caso de Viktor Orban y su partido FIDESZ en Hungría.
Otra interpretación que considero importante es la percepción de que la democracia en Occidente enfrenta una fuerte pérdida de credibilidad y legitimidad como modelo de gobierno a seguir por los países en desarrollo. Podemos constatar en muchas encuestas que los ciudadanos de los países occidentales muestran gran descontento y frustración porque perciben a sus gobiernos incapaces de resolver la desigualdad económica, ofrecer los servicios sociales mínimos o acabar con la corrupción existente.
Las insuficiencias de la democracia
Pero lo que debemos preguntarnos es, ¿qué motiva esas interpretaciones sobre el déficit de la democracia? Un factor esencial es la incapacidad de los gobiernos democráticos para resolver los problemas sociales. Como señalan Daimond (2015) y Fukuyama (2015), no han logrado un bienestar económico y muestran una deficiencia a la hora de proveer los servicios públicos y sociales que necesita la población, así como una inseguridad pública y una corrupción persistente. Por eso, Fukuyama plantea que “la legitimidad de muchas democracias de todo el mundo depende menos de la profundización de sus instituciones democráticas que de su capacidad de ofrecer una gobernanza de calidad”. Eso lo constata el informe de International IDEA (2022), en el que casi la mitad de los 173 países evaluados presentaron una disminución en alguno de los atributos utilizados para medir su calidad democrática. Además, el establecimiento de gobiernos de carácter tecnocrático, basados en el conocimiento técnico y la racionalidad, ha provocado una despolitización de la democracia, lo cual la devalúa y la despoja de las deliberaciones y desacuerdos que son parte esencial de cualquier régimen democrático (Brugué, 2020). Al mismo tiempo, esos gobiernos se han mostrado ineficaces para solucionar los problemas sociales.
En ese sentido, la incapacidad de los gobiernos en los regímenes democráticos explica la insatisfacción ciudadana sobre los partidos e instituciones políticas y la crisis de representación que han sufrido, la cual ha pasado de una indiferencia o apatía política a una indignación ciudadana traducida en protestas sociales. Como constata la organización Carnegie Endowment for International Peace, las protestas alrededor del mundo han aumentado más del doble de 2017 a 2022. Al mismo tiempo, se ha producido una disminución en la participación de los ciudadanos en los procesos de elección de sus parlamentos. En el gráfico siguiente, podemos constatar que en la mayoría de los países europeos la participación electoral ha bajado a la hora de elegir a los diputados de sus parlamentos, con las excepciones de Hungría, Países Bajos, Polonia, Suecia y Suiza.
Así, ese creciente descontento social sobre las instituciones democráticas y sobre su legitimidad como modelo de gobierno ideal ha provocado, en primer lugar, un mayor activismo de la sociedad civil y la creación de organizaciones no gubernamentales para resolver los problemas sociales. Tal es el caso de Plataforma de Afectados por la Hipoteca en España o TECHO en Chile. En segundo lugar, un aumento de la extrema derecha. Esto último ha erosionado las prácticas democráticas con discursos populistas que pretenden una supuesta refundación de la democracia en torno a la unidad del líder y el pueblo basada en el desprestigio de los líderes políticos tradicionales. De hecho, el populismo, a través de los votos, ha deteriorado el papel de las instituciones democráticas como marco fundamental para el debate público racional y sereno, en el cual se deben ver representados todos los grupos sociales.
Una pugna a escala global
En el contexto de un orden internacional caracterizado por una distribución del poder de carácter multipolar, se está librando una lucha entre las grandes potencias por el liderazgo y hegemonía mundial al mismo tiempo que una confrontación entre dos modelos de gobierno, democrático y autoritario. De ahí la importancia de evitar que la presión de los regímenes autoritarios, la influencia de la extrema derecha dentro de las democracias avanzadas y la mala gestión gubernamental para facilitar los recursos que mejoren el bienestar de los ciudadanos no acaben por dar paso a una mayor influencia del modelo autoritario.
Eso nos debe preocupar, ya que como señala International IDEA (2022) en su informe, un 50% de los países considerados no democráticos se estaban volviendo significativamente más represivos en 2021. Es más, en los últimos 6 años, hay más países que se han movido hacia un modelo de gobierno autoritario que hacia el modelo democrático: 26 países presentaron una disminución en su calidad democrática mientras que solo 13 la mejoraron.
De hecho, es muy importante evitar que el modelo autoritario termine siendo más atractivo para los países en desarrollo por el simple hecho de querer forman alianzas con el líder o bando más sólido en un mundo multipolar complejo y que muestra un equilibrio de poderes frágil. Esto puede ocurrir si China logra ganar la confrontación a Estados Unidos por el liderazgo mundial, ya que el país asiático ha demostrado que puede lograr una prosperidad económica sin necesidad de reformas democráticas, así como ofrecer apoyo económico a países en desarrollo sin importar el tipo de régimen político, como es el caso de algunos países africanos.
En cambio, Occidente ha vivido una crisis económica de 2008 que tuvo un fuerte impacto político en las democracias occidentales, en tanto que provocó una crisis de legitimidad del consenso liberal de la pos Guerra Fría que dio pie al surgimiento de movimientos y partidos nacionalpopulistas que han deteriorado la credibilidad de proyectos como el de la integración europea o el libre comercio. Podemos ver ejemplos en el caso del Partido de los Finlandeses (Perussuomalaiset Sannfinländarna) que participa en el gobierno finlandés, pero es antieuropeo, o el slogan de Donald Trump “America First”, que pone en duda la idea del libre comercio. Por lo tanto, la democracia se encuentra en una situación de vulnerabilidad que pone en riesgo su legitimidad como modelo de gobierno ideal y genera una incertidumbre sobre la estabilidad del orden internacional en el futuro.
Capitalismo y democracia
Todo ello me lleva a preguntar, ¿qué papel ha jugado el capitalismo en esta situación? Para responder podemos tomar como ejemplo las democracias europeas y de Estados Unidos, ya que presentan cierta desconexión con los valores democráticos como consecuencia de la fuerte concentración de la riqueza y la enorme desigualdad económica que evidencian. En ese sentido, al ser incapaz de atenuar las desigualdades económicas, el capitalismo está provocando una desvinculación de lo político, ya que solo promueve la incesante acumulación de riqueza personal y supedita los vínculos comunitarios y el interés público de forma que mina la importancia del modelo democrático y provoca una significativa polarización política. Por tanto, el capitalismo basado en la ideología neoliberal no está contribuyendo al reforzamiento de la democracia, pero si a la confrontación entre ese modelo de gobierno y el autoritario.
Así, se plantea una última pregunta: ¿Qué deberíamos hacer para evitar que la democracia en el mundo no siga deteriorándose? Para responder es necesario plantearse qué papel puede jugar la gobernanza global con mecanismos para reducir las desigualdades económicas y generar bienestar económico y social. Con esto me refiero a que se debe favorecer la participación de todos los niveles de gobierno, desde los locales a los internacionales. Pero no sólo eso, es muy importante que los regímenes democráticos involucren a la sociedad civil para que sea partícipe de las decisiones políticas de forma más directa. No es suficiente con la representación de la sociedad civil mediante los partidos políticos en los parlamentos. Es muy importante que se creen mecanismos que faciliten la vigilancia y escrutinio por parte de los ciudadanos de la actuación de los responsables políticos y que estos últimos respeten el estado de derecho. Estoy convencido de que es la mejor forma de ofrecer propuestas que promuevan unos regímenes democráticos con mayor legitimidad social que contribuyan a un orden internacional más democrático. No debemos olvidar que el consenso de todos los grupos sociales se traduce en la voluntad general del pueblo para poder actuar. Por eso, el diálogo, el consenso y la participación a todos los niveles deben ser una prioridad de las democracias para consolidarse como el mejor sistema de gobierno para resolver los problemas sociales y generar bienestar social.
Colaborador académico, Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad en Esade
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