Los retos del desarrollo sostenible en la era de la policrisis

A medida que el horizonte de la Agenda 2030 se aproxima, los desafíos en torno a la energía, la biodiversidad, la gobernanza o la equidad nos arrojan a un contexto crecientemente complejo que requiere una aproximación integral.

Equipo Do Better

Poco a poco, la sostenibilidad empieza a ser entendida como la clave de bóveda de nuestras sociedades. Es el elemento central que permitirá mantener la compleja estructura del mundo en pie, una pieza indispensable para distribuir el peso de múltiples crisis que se acumulan y retroalimentan. Prescindir de ella equivaldría a un derrumbe asegurado. 

Los retos más importantes relacionados con la sostenibilidad son dos. Por un lado, aplicar medidas para mitigar y adaptarse al calentamiento global que, además, minimicen sus impactos sobre las personas más vulnerables. Por el otro, definir nuevos modelos socioeconómicos y productivos que mejoren nuestra relación con los ecosistemas naturales y aseguren una base social sólida y justa para el futuro. 

Necesitamos modelos socioeconómicos y productivos que mejoren nuestra relación con los ecosistemas naturales

Así lo señala el Observatorio de los ODS, impulsado por la Cátedra de LiderazgoS y Sostenibilidad de Esade y la Fundación ”la Caixa”, en su informe dedicado a la contribución de las empresas españolas a los objetivos de desarrollo sostenible. Un documento que monitoriza los avances de la Agenda 2030 en un contexto de policrisis, poniendo el foco en la actuación de las pymes y las empresas cotizadas.  

¿Qué es la policrisis?

El término policrisis describe una situación en la que confluyen riesgos dispares pero interdependientes. Estos riesgos interactúan entre sí de modo que su impacto conjunto es mucho mayor que el impacto que tendrían individualmente. El Foro Económico Mundial acuñó el término a principios de 2023 anticipando un escenario marcado por la crisis climática, la escasez de recursos naturales y la degradación de la cooperación internacional. 

En los últimos años, las secuelas de la COVID se han sumado a los problemas en la cadena de suministros global, la guerra de Ucrania, la crisis energética y la pérdida de biodiversidad. Todo ello mientras se intenta afianzar la transición verde y se dan nuevos retos de gobernanza debido a la fragmentación del orden internacional. En el caso de Europa, este periodo convulso ha interferido en los esfuerzos por la descarbonización y la reflexión sobre su modelo industrial y de defensa.  
 

La policrisis implica que diversos riesgos interactúan dando lugar a un impacto mayor que la suma de sus partes

 
El contexto de policrisis se traduce en mayor volatilidad e incertidumbre. El Observatorio de los ODS advierte de una creciente desconfianza entre actores globales en un momento en que la cooperación es crucial para afianzar los avances en la Agenda 2030. Y si bien la globalización nos ha traído hasta aquí, su futuro es incierto, puesto que las políticas proteccionistas están al alza y las alianzas internacionales se están reconfigurando. 

El horizonte 2030 es crítico para definir la deriva global en el largo plazo y establecer un modelo que asegure la sostenibilidad mientras gestiona la policrisis. Una de las medidas más urgentes es implementar fórmulas alternativas para medir el bienestar de las sociedades: conceptos como decrecimiento, postcrecimiento o circularidad apuntan en esta línea. El objetivo es que el desarrollo humano respete los límites del planeta y deje de estar vinculado a un impacto medioambiental negativo.  

Dilemas de la transición energética

El Acuerdo de París en 2015 supuso un hito en la lucha contra el cambio climático, cuando 196 países firmaron un compromiso jurídicamente vinculante para limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2oC. Además, el acuerdo obliga a informar periódicamente sobre la cantidad de emisiones y las estrategias nacionales de mitigación. 

Se trata de un enorme reto que exige un enfoque sistémico integral, es decir, no puede darse mediante medidas aisladas dirigidas a un único ámbito. Por el contrario, han de valorarse los impactos negativos que las acciones por la transición energética provocarán en otros espacios. Esta mirada interdisciplinar, reflejada en los ODS, es necesaria para acometer una transformación compleja que va más allá de cambiar de fuentes de energía. 

Los países en vías de desarrollo necesitarán consumir más recursos para garantizar el bienestar de su población

Uno de los aspectos que destaca el informe es el acceso a materiales críticos para avanzar hacia una economía descarbonizada y digitalizada. La demanda creciente de estas materias primas, algunas concentradas en partes muy específicas del planeta, puede profundizar las tensiones geopolíticas actuales o establecer centros de poder alternativos. Y aunque geológicamente no son escasas, el reto reside en su difícil explotación. 

Por otro lado, implementar una economía circular que trate de reducir el consumo de recursos, utilizarlos durante más tiempo, reutilizarlos y evitar que contaminen es una de las claves de la agenda sostenible. Pese a que este modelo aliviaría mucho la presión sobre los límites planetarios, el Circularity Gap Report indica que la circularidad de la economía global ha descendido del 9,1% en 2018 al 7,4% en 2023. 

Avanzar hacia una economía circular es especialmente relevante en los países ricos, que son los que consumen la mayor parte de recursos globales. Esto daría margen a los países que, al estar en vías de desarrollo, exigen cada vez más recursos y aumentan su huella de carbono para alcanzar niveles de industrialización que puedan garantizar el bienestar de su población y el cumplimiento de otros ODS igualmente relevantes. 

Transparencia y sostenibilidad

Pese a que el ámbito empresarial abraza, cada vez más, la retórica de la transición verde y los ODS, la presencia de lobbies de los combustibles fósiles en citas como la COP dificultan la ambición y firmeza de los acuerdos. Los autores del informe alertan de que las deficiencias en el modelo de gobernanza en la lucha contra el cambio climático pueden provocar el descredito de estas citas y aumentar la polarización en torno a la protección del planeta.  

Más allá de la descarbonización, son pocas las empresas que desarrollan indicadores y estrategias específicas para evaluar su impacto general en la naturaleza. Por un lado, el capital natural no se suele considerar en los aspectos materiales de una compañía; por otro, faltan marcos concretos para medir estos impactos, que no se reducen a una medida específica como en el caso de las emisiones. 

Hay pocas empresas que desarrollen indicadores y estrategias específicas para evaluar su impacto en la naturaleza

Este contraste entre narrativas y prácticas da lugar a un creciente greenwashing que muchas compañías aprovechan para posicionar sus productos. Tras analizar diferentes sitios web con información de las empresas sobre sus productos sostenibles, la Comisión Europea encontró que el 50% de ellos mostraban descripciones vagas, mensajes engañosos o información inexistente o inexacta.  

A juicio del Observatorio de los ODS, a medida que aumente el conocimiento de los consumidores en sostenibilidad y las empresas adopten compromisos sólidos, las oportunidades de comunicar masivamente y de forma poco clara en materia de sostenibilidad se reducirán. A ello se suman las iniciativas legislativas para que las grandes empresas se vean sujetas a una rendición de cuentas más firme en sus reportes de información no financiera.  

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