Hacia una transición energética justa, también en lo ecológico

Rafael Sardá

La principal preocupación a día de hoy en Europa, aparte del estancamiento o empeoramiento de la Guerra en Ucrania, parece ser cómo pasar energéticamente el invierno. A pesar del acelerado proceso de calentamiento global en el que estamos inmersos —summer is coming—, ello no significa que no debamos transitar por inviernos crudos en el continente europeo durante este camino.  

La crisis energética y el calentamiento global nos han hecho descubrir de forma abrupta que nuestro modelo socioeconómico estaba basado en un precio de la energía barato y, si esto falla, puede que debamos reescribir el futuro. La pregunta del millón es ahora si la necesaria transición energética que se postula como una solución a la desaceleración del calentamiento global requiere, también, repensar nuestro funcionamiento como sociedad.  

Creo que sí, creo que es necesario. Sabemos que, ecológicamente hablando, la vida del planeta utiliza una fuente externa, el sol, por la que no se paga precio alguno, pero cuyo valor es innegociable en tanto es el soporte básico de una enorme variedad de formas de vida incluida la nuestra. ¿Socialmente hablando, podemos construir algo similar?  

Compensación por daños y pérdidas 

Hace aproximadamente un año, acabada la COP26 en Glasgow, Escocia, comentaba en Do Better que podríamos ver el vaso medio lleno (optimismo) o medio vacío (realismo). Acabada la COP27 en Sharm el Sheij, Egipto, yo diría que estamos más por la segunda de esas visiones. 

Seguimos sin ser capaces de poner una fecha límite al consumo de combustibles fósiles. La intentamos poner al pico de emisiones —para 2025— pero no acabamos de asegurarlo. Lo único que puede considerarse un éxito de la COP27 es el reconocimiento, ambiguo, de que los países ricos debieran pagar a los países pobres por aquellas pérdidas y daños que ocasiona nuestro actual modelo de producción y consumo, así como clarificar determinados aspectos de financiación.  

El pequeño paso sobre las pérdidas y daños se antoja un problema de ética y equitatividad o solidaridad. A este respecto, ya se empezaron a construir los primeros avances hace casi una década en la COP19 de Varsovia. Dicho problema va más allá de la capacidad real de determinados países para adaptarse a las consecuencias del calentamiento global.  

¿Es un problema complicado de entender? En absoluto. ¿Es complicado poner en práctica las soluciones? Mucho, pues para hacerlo hay que atender múltiples preguntas: ¿Cuánto se ha perdido a nivel de vidas e infraestructuras? ¿De qué modo se debe al cambio climático? ¿Cómo se puede reconstruir? ¿Cómo movilizar la financiación? Sin duda, se seguirá hablando del mecanismo para hacerlo funcionar el año que viene en la COP28, esta vez en los Emiratos Árabes.  

La conferencia nos lleva a hablar de geoética: valores, prácticas y comportamientos apropiados en la interacción del ser humano con el planeta

En la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima de Sharm el Sheij se ha hablado, y mucho, de equitatividad y de adaptación, pero menos sobre mitigación; cómo hacernos responsables de los más desfavorecidos, de los que más sufren y de los que más van a sufrir, cómo conseguir que acuerdos importantes al respecto se pongan en práctica. 

En cuanto a la financiación aprobada, existen aún muchas preguntas por responder: ¿Qué actividades hay que financiar? ¿Cómo deben ser contabilizadas? ¿A quién hay que ayudar? Y, sobre todo, ¿cómo darle la prioridad que se merece?  

Comunicar y educar estas temáticas a una sociedad en la que, si no estás en el grupo de los desfavorecidos —que también los hay y muchos—, solo parece preocuparte si tus hijos podrán jugar a la Play por la tarde, no es fácil, aunque resulta absolutamente necesario.  

Transición justa, también en lo ecológico 

No hace un mes que acabó la COP27 y la semana pasada empezó en Montreal, Canadá, la COP15 sobre diversidad biológica. Si la comunicación ya es difícil en la primera, en la segunda es casi inexistente. 

Esta conferencia también nos lleva, más allá de los tecnicismos científicos, a hablar de ética, en este caso de geoética: valores, prácticas y comportamientos apropiados en la interacción del ser humano con el planeta en el que vive.  

En Montreal se pretende cerrar —lo necesitamos como agua de mayo— un acuerdo global para la protección de la biodiversidad. Un 30% del espacio terrestre y marino debería quedar protegido para 2030. Summer is coming: llega para todas las especies que habitan el planeta Tierra y debemos aligerar el resto de las presiones humanas que reciben para que puedan sobrevivir. Todo ello no es banal para la humanidad, pues el hombre es absolutamente dependiente de la biodiversidad que nos rodea.  

Las dos conferencias de Naciones Unidas caminan más juntas que nunca. Ambas se han comprometido a que las soluciones al calentamiento global no comprometan el funcionamiento de la biodiversidad. La transición energética debe ser justa tanto en lo social como en lo ecológico.  

Energías renovables como el viento son asimismo utilizadas por muchos otros organismos

Tenemos las políticas y debemos aplicarlas correctamente. El calentamiento global nos lleva a cambiar las fuentes energéticas que utilizamos, también a gestionarlas mejor y, sobre todo, a aprender cómo ahorrar energía. Pero también nos debiera llevar a pensar cómo afecta al funcionamiento de sus sistemas naturales.  

Como sociedad, debemos también aprender a cómo pasar desde unos recursos energéticos fósiles —una energía almacenada en el subsuelo terrestre— a unos recursos energéticos renovables —una energía volátil, en constante transformación—.  

Debemos también entender que esta energía renovable es asimismo utilizada por muchos otros organismos; las corrientes de viento son utilizadas también por las aves, el viento también es un factor imprescindible en la mezcla de nutrientes y en la productividad oceánica... No somos los únicos que utilizamos estos recursos. Todavía nos queda mucho por aprender.  

Carbon-neutral, nature-positive, en un mundo equitativo 

Veintisiete conferencias de cambio climático (UNFCCC) y quince conferencias de biodiversidad (UNCBD) hacen un total de 42 citas globales hablando de cómo proteger el clima y la biodiversidad. Hemos avanzado, sí, pero no lo hemos hecho de forma suficiente. Sin embargo, todas estas conferencias nos han mostrado claramente dos obligaciones básicas.  

Por un lado, mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a dichos niveles. Por otro lado, proteger el 30% de la superficie del planeta para conservar su biodiversidad, tanto terrestre como marina, y asegurar que las soluciones climáticas no degraden la biodiversidad.  

A estas dos cuestiones —carbon-neutral, nature-positive— cabe añadir la principal conclusión obtenida en Sharm el Sheij: debemos hacer del mundo un lugar mucho más equitativo y solidario. 

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