Xavier Ferràs

Las próximas elecciones norteamericanas marcarán un punto de inflexión en la geopolítica mundial. Jamás el nombramiento de un presidente demócrata o republicano había sido tan decisivo para el posible curso de los acontecimientos. Estamos en una encrucijada histórica. Nunca las sociedades democráticas habían estado tan polarizadas y nunca habían confluido tantos acontecimientos inesperados –muchos de ellos, disruptivos– en un período tan corto de tiempo: crisis sanitaria, crisis económica y crisis democrática global.

La libertad individual parece reaccionar peor que los sistemas dictatoriales a la pandemia de la covid-19, en un momento de consolidación de un capitalismo digital que crea gigantes tecnológicos con pulsiones monopolísticas y con escasa capacidad de distribución de la riqueza generada.

A la vez, el populismo resurge con fuerza de la precariedad extendida entre las antiguas clases medias empobrecidas. China consolida su emergencia como superpotencia alternativa: la estabilidad y la eficiencia chinas, frente al caos occidental.

¿Estamos asistiendo, en estos tiempos convulsos, a la reedición de la "trampa de Tucídides", como definió el analista político Graham Allison? Según el historiador griego Tucídides, la emergencia de Atenas y el miedo inculcado en Esparta hicieron inevitables las guerras del Peloponeso. En 12 de los 16 casos históricos de sustitución de una superpotencia por otra, el proceso se ha saldado mediante un conflicto bélico.

China consolida su emergencia como superpotencia alternativa: la estabilidad y la eficiencia chinas, frente al caos occidental

Las elecciones americanas marcarán definitivamente el curso de la historia. El segundo debate presidencial nos presentó a un Trump incisivo, espontáneo y algo más comedido (parece que la agresividad del primer debate le penalizó en las encuestas) frente a un Biden preparado, aunque en ocasiones titubeante, que resistió bien los envites del presidente actual.

Pese a su más que dudosa gestión de la crisis sanitaria, Trump puede acreditar buenos resultados económicos hasta la llegada de la pandemia. Durante su mandato, el S&P se revalorizó un 50% y el paro descendió nominalmente al 3%. Su estrategia frente a la covid-19 es antagónica: Trump quiere evitar nuevos confinamientos y Biden opta por no evitarlos, incrementando las ayudas a los colectivos más afectados.

US elections early voting
Las elecciones americanas marcarán definitivamente el curso de la historia (Foto: Ayman Haykal/Getty Images)

Los programas económicos de los dos presidenciables son también diferentes. Mientras Trump aboga por seguir con su política pro-business, con desregulaciones y bajadas de impuestos (beneficiando especialmente los resultados empresariales y los segmentos más ricos), Biden opta por un mayor esfuerzo fiscal (en la línea keynesiana de la izquierda norteamericana), orientado a la compra pública de productos americanos y a la generación de incentivos para combatir el cambio climático, entre otras medidas. Biden aboga por un retorno a los compromisos de París y Trump le acusa de hundir con ello la potente industria petrolera estadounidense. El juego sucio salió a relucir en ambos debates cuando Trump aireó presuntos negocios oscuros de Biden Jr. en Moscú y en Ucrania.

El nivel de disrupción que estamos experimentando lleva a un bucle paradójico. El líder ultraliberal Trump se protege de los productos chinos cerrando fronteras e imponiendo una guerra arancelaria, mientras que el líder demócrata Biden se convierte en el último reducto de un globalismo de raíz neoliberal cuyas dinámicas han destruido buena parte de la base industrial americana (en beneficio de China). Con ello, Trump se torna en protector de los viejos obreros industriales y las viejas derechas captan votantes de las antiguas izquierdas.

Biden aboga por un retorno a los compromisos de París y Trump le acusa de hundir con ello la potente industria petrolera estadounidense

En cambio, las nuevas izquierdas defienden la continuidad de la dinámica globalizadora y el emprendimiento digital, cuyo producto final ha sido la división de la sociedad en una élite de billonarios y masas de desplazados de sus empleos por la globalización y la automatización.

Las zonas industriales deprimidas de los Grandes Lagos se inclinaron por Trump en 2016 (veremos qué hacen ahora), mientras que las opulentas fortunas de Silicon Valley parecen optar por la izquierda. En un aspecto coinciden ambos aspirantes: la vuelta al Made in America, eso es, el retorno del sector manufacturero que huyó a Asia. Pero con estrategias distintas: mientras Trump opta por la guerra comercial defensiva para impedir la competencia extranjera, Biden aboga por el impulso federal a la I+D como ofensiva de refuerzo de la competitividad industrial americana.

Capítulo aparte merece el futuro de las big tech. Parece que el fenómeno se les escapa de las manos a ambos aspirantes. El valor financiero de GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) ya supera el PIB del Japón y equivale a 1/3 del PIB norteamericano. Trump y Biden desean acotar el poder de las plataformas digitales, por razones diversas. Trump cree que vetan contenidos perjudiciales para los demócratas y Biden, que propagan desinformación favorable a los republicanos.

En cualquier caso, ambos candidatos están preocupados por sus potenciales dinámicas monopolísticas y por el efecto de las redes sociales en la configuración de la opinión pública y su impacto en las elecciones.

El valor financiero de GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) ya supera el PIB del Japón y equivale a 1/3 del PIB norteamericano

Con respecto al poder monopolístico, los demócratas lideraron una comisión de investigación que concluyó en la recomendación de limitar la acumulación actual de poder, reclamando prohibir la expansión de dichas compañías a líneas de negocio adyacentes (por ejemplo, Google con YouTube o Facebook con Instagram). La sombra de Standard Oil (obligada a dividirse en dos en 1911 por la Corte Suprema, acusada de monopolio ilegal) planea sobre las big tech.

En cuanto a las redes sociales, aún son recientes los intentos de Trump de vetar a TikTok –¿Qué ocurre cuando millones de datos americanos están en manos de una empresa china?– y el recuerdo del caso de Cambridge Analytica –data broker que manipuló datos obtenidos de Facebook para decantar supuestamente votos de indecisos a través de esta red social en las elecciones presidenciales de 2016. Justo antes del segundo debate presidencial, la inteligencia norteamericana ha alertado de evidencias de que agentes rusos e iraníes quieren propagar fake news orientadas a sembrar dudas sobre la legitimidad de las elecciones.

TikTok
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Lo cierto es que nadie sabe calibrar el impacto de dichas plataformas en los sistemas democráticos. Por ello, ambos candidatos optan por una solución drástica: eliminar o modificar la Section 230, eso es, la ley norteamericana que exime las plataformas digitales de su responsabilidad sobre los contenidos de terceros que puedan ser considerados no veraces, ofensivos u obscenos.

De hecho, la protección que confiere la Section 230, en la práctica, convierte las plataformas en meros distribuidores de información de otros. Pero, ¿cómo y quién debe controlar los contenidos? ¿Quién es la autoridad suprema, en una democracia, que decide qué contenidos son correctos? Las redes sociales perderían con ello gran parte de su potencia libertaria –y también democrática– que las ha convertido en bloques constituyentes de la nueva sociedad digital.

Si Google, Facebook o Amazon se convierten en monopolios, ¿cómo partir en dos una empresa basada en algoritmos, en talento y en intangibles?

La problemática es sumamente compleja. Las dinámicas monopolísticas son imparables: a mayor cantidad de datos (mayor cuota de mercado), tanto más fiables son sus algoritmos. A más fiabilidad, más mercado, más beneficio y más inversión en I+D para disponer de mayor capacidad computacional y mejores algoritmos, lo cual lleva a una mayor cuota de mercado. Y, por el camino, la compra de cualquier start-up que amenace su negocio. En esta estrategia, el ganador se lo lleva todo (“the winner takes it all”). Pero, si Google, Facebook o Amazon se convierten en monopolios, ¿cómo partir en dos una empresa basada en algoritmos, en talento y en intangibles? (En este caso, ya no nos encontramos en una situación como la de Standard Oil, de reparto de refinerías y activos físicos).

Son estos grandes desafíos a la democracia, en medio de una colosal crisis sanitaria, económica y de liderazgos políticos y geoestratégicos. Mi apuesta es que va a renacer el Made in America. La nueva globalización no estará guiada por la eficiencia en costes, sino por la capacidad de atraer talento y tecnología. Pero las big tech seguirán creciendo, extendiéndose a todos los sectores de la economía y ejerciendo un poder monopolístico. Y las redes sociales seguirán desinformando. En ocasiones, el remedio puede ser peor que la enfermedad.

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